EL NUEVO ÉXODO Por Michael Clark, George Davis y Douglas Weaver

CAPÍTULO CUATRO

SEGUNDA PARTE



“Tenemos un Altar”


El libro de los Hebreos es un llamado a los creyentes judíos a abandonar el antiguo orden. Su autor da un poderoso testimonio del hecho de que el antiguo orden ha quedado obsoleto por un nuevo y mejor pacto. En la economía de Dios, el viejo sistema de la adoración del templo se ha desvanecido. En el capítulo final de Hebreos hay una exhortación que jamás podrá tener sentido a los que se aferran al antiguo orden, los que han dejado el peregrinaje y han acampado en el camino, los que ponen el énfasis en los tabernáculos humanos.


“Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo. 11 Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. 12 Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. 13 Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; 14 porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. 15 Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre.” (Hebreos 13:10‐15)


Alegóricamente, hay dos altares hoy día. Un altar es del santuario terrenal o del viejo orden en el que la adoración está ligada principalmente a eventos y lugares de observación. El otro es el tabernáculo celestial, que el Señor levantó y no el hombre (Hebreos 8:2), en el que la adoración es en espíritu y en verdad. Los que se aferran al antiguo orden no tienen derecho a comer del altar celestial. Solo los que salen a Él, dejando atrás las antiguas formas religiosas, pueden verdaderamente comer de ello. Solo los que sufren el reproche de Aquel que llevó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias, del que fue herido por nuestras transgresiones y golpeado por nuestras iniquidades, pueden comer del mismo. Los que salen fuera del campamento a Jesús pueden esperar sufrir el mismo rechazo y reproche que sufrió Él de manos de los líderes religiosos, porque este altar con frecuencia se encuentra en la presencia de nuestros enemigos (Salmos 23:5).


Intentando contener vino nuevo en odres viejos, el cristianismo hoy día se ha convertido exactamente en aquello contra lo que Cristo nos advirtió—una mezcla impotente de lo viejo y de lo nuevo, incapaz de contener o sostener la gloria de Dios.


En Lucas 5:36‐39, Jesús explica las consecuencias extremas de esta mezcla.


“Les dijo también una parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; pues si lo hace, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado de él no armoniza con el viejo. 37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. 38 Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan. 39 Y ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor.”


¿Cuántas veces el Padre ha derramado el Nuevo vino de Su Espíritu sobre Sus hijos, pero los odres viejos, no pudiendo contenerlo, hicieron que la gloria fuera efímera? ¿Cuántas veces hemos escuchado historias de grandes avivamientos en los que Dios derramó Su Espíritu sobre ciertos grupos de gentes, pero al final, las cosas empeoraron aún más que al principio? ¿Por qué es todo esto? Es simple. Los odres viejos no pueden contener el vino nuevo. El vino nuevo siempre reventará los odres viejos y el vino se perderá. Creo que por esto el avivamiento duradero es tan raro. El antiguo sistema religioso obsoleto es demasiado inflexible y frágil para contener la gloria del Nuevo Pacto. En directa oposición al consejo de Cristo, el hombre religioso se ha propuesto mezclar ambos.


Dios está llamando a un nuevo éxodo de esta mezcla débil e indigna. Los que abrazan el sacrificio de Cristo son llamados a llevar Su oprobio saliendo a Él fuera del campamento. La palabra “campamento” indica acampada, una congregación de masas, y en este contexto hace referencia a la ciudad de Jerusalén, que un día fue lugar de morada de Dios. Esta ciudad fue conocida antaño como la ciudad del gran Rey, pero fue empapada en las tradiciones que anularon los mandamientos de Dios y dejó de vivir para Su gloria. Dejaron de progresar en Él. Cuando descubrieron que Jesús no iba a fortificar las instituciones ya existentes, los habitantes de la ciudad gritaron, “¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Es lo mismo hoy día. Los que se aferran al viejo odre, crucifican “de nuevo a Cristo exponiéndole a vituperio”. Anulan el consejo del Espíritu Santo aferrándose a Sus tradiciones. En un intento de evitar Su oprobio, mucho han vuelto sus corazones a las tradiciones del pasado. Niegan que el sacrificio de Jesús tuviera por propósito cumplir un éxodo continuo de las cosas de este mundo y producir un amor cada vez mayor hacia lo que es celestial.


Jesús no vino a promocionar el orden del viejo templo. En lugar de eso, profetizó su fin. (lee Mateo 24:1‐2). En el año 70 DC, Tito, el conquistador romano, lo dejó en ruinas. Ya había sobrevivido a su utilidad unos 35 años. Tal y como Jesús había dicho, no quedó piedra sobre piedra—claro testimonio de su utilidad temporal.


En aquel momento sobre la colina del Calvario, cuando Jesús exclamó las palabras, “CONSUMADO ES”, un gran cambio tuvo lugar en el cielo y en la tierra. El TIEMPO del que había hablado Jesús cuando los verdaderos adoradores adorarían a Dios en Espíritu y en verdad había llegado. El Padre ya no puede más ser adorado en esta montaña ni en Jerusalén. Desde ese momento, hay un nuevo altar del que los que sirven al tabernáculo terrenal no tienen derecho a comer. Los que adoran en Espíritu y en verdad son los que siguen al Cordero dondequiera que vaya. (Apocalipsis 14:4). Son la verdadera iglesia peregrina. No tienen una ciudad que continúa aquí, sino una aún por llegar. 

Como lectora de este precioso libro, solo puedo decir a este último párrafo AMÉN...

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