SU GRACIAS EN MEDIO DE LAS LLAMAS
“Y estos tres varones, Sadrac, Mesac, y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo”. Daniel 3: 23 Cuando uno lee este capítulo queda aterrado de la arrogancia de este hombre llamado Nabucodonosor, pero también uno se asombra de la grandeza de nuestro Señor. La estatua que este rey mandó a hacer, era un símbolo de sí mismo, de su orgullo, de su prepotencia, pues a sus ojos no había otro como él. Nuestro mayor enemigo no es el diablo, somos nosotros mismos. Hay un dios por derrocar y ese es nuestro “yo”, con su manera de pensar y de hacer las cosas. Esa es la estatua de oro en el corazón. Estos tres chicos hebreos estaban en serios problemas, ellos no quisieron postrarse ante esa estatua de oro que el rey Nabucodonosor ordenó adorar. Sabían que todo aquel que no lo hiciera sería echado en el horno de fuego; y, sin embargo, no temieron a esta orden, ellos confiaron su causa al Señor. Sus palabras fueron: “He aquí, nuestro Dios a quien honramos, puede librarnos del horno