REGALOS INESPERADOS
“Por tanto, no desmayamos; más bien, aunque se va desgastando nuestro hombre exterior, el interior, sin embargo, se va renovando de día en día. Porque nuestra momentánea y leve tribulación produce para nosotros un eterno peso de gloria más que incomparable; no fijando nosotros la vista en las cosas que se ven sino en las que no se ven; porque las que se ven son temporales, mientras que las que no se ven son eternas.” 2 Corintios 4: 16 – 18
Hace ocho días murió de cáncer mi amiga Martica Jaramillo, ella era mi mano derecha en todo lo de mis libros. Una amistad que nació entre correcciones, diagramaciones y ediciones. Una mujer entregada al Señor de forma absoluta y que lo amó hasta su último aliento. Siempre vi su fe en el Señor mientras luchaba con su enfermedad, en su rostro se veía un gozo y una paz absoluta. Una confianza en el Señor obtenida en el rigor de esta batalla y quizás en medio de muchas preguntas, de negaciones y de grandes momentos de incertidumbre. Porque si algo sé es que nuestra confianza en el Señor se fortalece en medio de los más recios combates de nuestra vida, en medio del dolor y de las circunstancias más difíciles. Aceptar la voluntad de Dios es una pelea que se libra en el interior de nuestro ser, es una muerte lenta a nuestra voluntad y a nuestros deseos, y esto no es fácil.
Hace un mes fui a verla y nos despedimos como se despiden los amigos que se aman y que están agradecidos el uno con el otro, ambas nos dijimos que nos queríamos mucho, algo que ella no hacía comúnmente, pues ella no era tan expresiva, ella expresaba su cariño de otras maneras, con detalles y no con palabras. Pero, ese día me dijo que me quería, ahí supe que su partida estaba próxima. Le llevé las flores que más le gustaban, los lirios. Y alcancé a decirle que el próximo libro estaría dedicado a ella. Cuando su pronóstico ya no fue favorable solo me dijo que deseaba que Dios hiciera su voluntad fuera la que fuere. Si algo hace Dios a través de las pruebas en nuestra vida es que aprendemos a rendirnos y aceptar su voluntad, algo que nace en profunda agonía como lo vivió nuestro Señor Jesús en el huerto de Getsemaní.
Martica murió el 3 de junio y el 13 de junio cumplía años, siempre celebrábamos juntas nuestros cumpleaños. Su funeral fue muy bello, lleno de esperanza, de agradecimiento. Las palabras de su cuñado nos recordaron que solo es una separación temporal, que Martica resucitará y que solo ha cambiado de morada, que nos volveremos a ver. Nuestra esperanza está en el Señor, viviremos eternamente con Él, porque hemos creído en Él, aquí no termina todo, esta es nuestra confianza.
Había un cuadro en su funeral que a ella le gustaba mucho con el siguiente versículo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” Juan 10: 27. Y ella oyó la voz de su Pastor y le siguió. Todos coincidimos en decir que lo que más admirábamos de ella era su capacidad de servir, su entrega absoluta al Señor y su sencillez.
El Señor a veces nos da regalos inesperados envueltos en un papel de dolor, nos envía cosas que nos afligen, pero regalos que nos profundizan más y más en su vida, pero sabemos que todas las cosas obran para bien a los que aman al Señor, así no lo entendamos.
Las adversidades y más cuando se manifiestan en nuestra salud, nos ayudan a eso, a soltar, a aprender a depender del Señor, a entender que no tenemos el control de nada, que no podemos controlar a las personas ni a las circunstancias. Que lo único que podemos hacer es depender de Aquel que tiene el control de todas las cosas, que a Él nada se le sale de las manos.
Nuestro cuerpo se está desgastando por el paso de los años, eso es imposible revertirlo, todos estamos envejeciendo y aparecen regalos inesperados en nuestra salud, pero mientras nuestro cuerpo envejece, nuestro espíritu va renovándose cada día.
Muchos de nosotros sentimos el cuerpo quebrantado de una o de otra manera, sufrimos diferentes condiciones físicas o enfermedades, y estamos esperando la redención de nuestros cuerpos; sin embargo, el Señor nos da una esperanza.
La verdad de su amor es más fuerte que cualquier enfermedad o condición física que grita y que quiere opacar esa voz de su infinita gracia. No hay nada que nos pueda separar de su amor, ni siquiera la más cruda enfermedad, si Dios quiere puede sanarnos, pero nos da algo más grande, nos da su presencia en medio de cualquier adversidad, depender de Él nos lleva a conocer su poder y su gracia para soportar lo que venga.
Si renegamos y nos amargamos, nunca conoceremos su maravillosa gracia para hacer por nosotros lo que no podemos en nuestras fuerzas limitadas, al Apóstol Pablo se le dijo: “Bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en tu debilidad”. Dios no nos dijo que el camino con Él y en esta vida sería fácil, pero nos dio la promesa que en su vida seríamos más que vencedores, que todo lo podíamos en Él porque en Él se encuentra nuestra fortaleza.
Las palabras de Jacob a su hijo José al final de su caminata en esta tierra muestran el infinito amor de Dios: “… mas su arco quedó en fortaleza, y los brazos de sus manos se corroboraron por las manos del Fuerte de Jacob; de allí apacentó la piedra de Israel” Génesis 49: 24.
Fue Dios quien sostuvo las manos de José mientras pasaba la tormenta en su vida, años de exilio, de esclavitud, de encarcelamiento demostraron que el Dios de él era más grande y más fuerte que cualquier adversidad; Él es nuestra roca, nuestro castillo fuerte, una roca más alta y fuerte que nosotros. Reconocer esto por más dura que sea nuestra adversidad, es aceptar cada prueba como un regalo maravilloso. Quisiéramos ser sanos y Dios puede hacerlo, pero a muchos no se les ha concedido, pero si se les ha otorgado el ver las profundidades de Jesús en medio de sus dolores físicos y emocionales, y eso nadie se los quitará.
Todas las enfermedades y condiciones físicas fueron llevadas en su cuerpo y entregadas en esa cruz y aunque pueden llegar a nuestras vidas por un propósito que solo sabe el Señor, podemos hacer de ellas oportunidades para conocerlo más y depender más de Él; yo también he recibido regalos inesperados envueltos en dolor físico y emocional, no obstante, he visto que entre más aflicciones hay en mi vida, más dependo de Él, más apegada estoy a Él y veo el fruto de su vida en la mía. Más de Él menos de nosotros, más de su vida menos de la nuestra, más de su fruto, más de su paciencia, de su mansedumbre, de su templanza, de su amor, de su bondad; todo esto que no se ve es eterno, pero lo
que vemos −nuestro desgaste físico− es temporal y no durará. Las aflicciones
son momentáneas y traerán un peso de gloria incomparable.
“Porque el Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la claridad de Dios en la faz del Cristo Jesús. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la alteza sea de la virtud de Dios, y no de nosotros. En todo somos atribulados, mas no angustiados; dudamos (de nuestra vida), mas no desesperamos; padecemos persecución, mas no somos desamparados en ella; somos abatidos, mas no perecemos; llevando siempre por todas partes la mortificación del Señor Jesús en nuestro cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre somos entregados a muerte por Jesús, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal”. 2 Corintios 4: 6 - 11
Podemos amargarnos y quejarnos todo el día, pero eso no nos ayudará ni en lo físico ni en lo espiritual, podemos estar gozosos en la tribulación por medio de su Espíritu y permitirle a Él ser el centro de nuestra vida. Si Cristo ha resplandecido en nuestros corazones, podemos soportar lo que venga, no por un conocimiento doctrinal, teológico y mental, sino por la realidad viva de Cristo en nuestras vidas.
Somos vasos de barro frágiles para que la fuerza sea del Señor y no nuestra, estamos siendo atribulados, sí, esa es la realidad, pero no somos destruidos, llevamos en nuestro cuerpo mortal la marca de nuestra mortificación, pero también la vida de Jesús es manifestada. Y aunque este cuerpo se va desgastando, nuestro hombre interior se va fortaleciendo en el poder de su fuerza, cada día trae su propio afán, vivimos un día a la vez en la vida de Él.
Gocémonos porque nuestra redención está cerca, muy pronto nuestras lágrimas serán secadas y nunca más será el dolor. Esta es nuestra esperanza. Algún día toda aflicción acabará y nos llevaremos un fruto que nadie nos quitará y daremos gracias por este camino tan doloroso, pero inmensamente glorioso que nos hizo conocerlo y amarlo más, daremos gracias por esos regalos inesperados que nos llevaron más a Él y nos formaron más a su imagen.
No sé cuáles han sido tus regalos inesperados por estos días, quizás no tengan que ver con tu salud, pero te aseguro que cada uno de ellos fueron enviados por Dios para hacer un trabajo muy particular en tu vida, uno que no podía hacerse de otra manera.
Hasta la próxima.
AL
Triste la noticia, pero nos regocijamos de que su vida fuera olor grato al Señor. Excelente artículo. ¡Pásalo bien!
ResponderEliminarGracias Chema, así es, estamos tristes, pero al mismo tiempo gozosos por el testimonio del Señor en su vida. Fue una amiga y un apoyo muy grande. Un abrazo desde la distancia.
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