LA LUZ DE LA LUNA Por Adriana Patricia
Y les habló Jesús otra vez, diciendo: YO SOY la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida". Juan 8:12
Hace unos días observé la luna, eran las siete de la mañana, ella estaba aún ahí, rebelde, no se había ocultado a pesar de que el sol ya había salido. Y cuando hacía mi observación, un pensamiento brotó de mi corazón, la luz de la luna solo es el reflejo del sol, ella no tiene luz propia. Por la noche el sol está detrás de ella y la ilumina con todo su esplendor.
La luna en la Biblia representa a la Iglesia, a cada uno de nosotros. Nuestra luz no es nuestra, es la de Él. Y por mucho que ella se muestre imponente, hermosa, iluminada, totalmente llena, la luz no es de ella.
Cuando la luz del día brota, desaparecen la luz de las estrellas y de la luna; así mismo cuando Cristo ilumina nuestra vida, todo se desvanece a nuestro alrededor, nada más puede brillar en nosotros porque es la Luz de Su vida la que brilla.
Pero, qué difícil le es al ser humano querer desaparecer, al yo le gusta ser el centro de la atención. Su condición como dice el Señor en Oseas 4: 16, es de becerra cerrera, nuestro yo es un burro viejo, un potro salvaje que no se deja gobernar. La luz que resplandece en nuestras vidas no es nuestra, no es nada nuestro, todo es de Cristo. Es Su luz, Él ilumina las oscuridades de nuestra alma.
Juan el Bautista dijo: “A Él le conviene crecer y a mí disminuir” Juan 3: 30. El primer requisito para alcanzar la plenitud de Cristo es disminuir, no hay otra forma. Solo rotos como aquella vasija de barro, podremos tener más de Él. Si no estamos dispuestos a ser vaciados de nosotros mismos, no podemos tener las riquezas del Reino de los Cielos. El precio es alto, por eso algunos no se arriesgan a seguir a Cristo, como aquel joven rico.
Hoy el Señor me recordó este costo y a mi yo no le gusta eso, porque sabe que tiene que perder para ganar a Cristo. Hoy nuevamente fui al altar y entregué todo. Qué descanso tan absoluto se siente dejar todo en Sus manos, dejar todo a Su soberana voluntad y permitir que el Señor obre como quiera.
La prueba de la verdadera espiritualidad es la capacidad de dejar ir, de descender, de permitir ser vaciados. Cuando a Abraham se le pidió a Isaac, él no lo negó, estaba dispuesto a dejarlo ir, no lo retuvo. Tanto tiempo esperándolo y tenía que dejarlo ir. En su corazón lo dejó ir y Dios detuvo su mano.
En cambio, su nieto Jacob, no estaba dispuesto a perder. Le dijo al Ángel del Señor “no te dejaré ir, si no me bendices”, ese era su problema, no quería perder, no quería dejar ir y así fue toda su vida, deseaba su bienestar y su comodidad a costa de los demás, siempre engañando, él se aferraba a lo quería o lo que tenía o lo que quería poseer, pasaba por encima de quien fuera aun de su propio padre y hermano, pues no le importaba. Qué tragedia tratar de torcer el brazo al Señor. Y el Señor nunca nos dirá: “Ay hijito mío, lo siento, me equivoqué, hoy lo haremos como tú lo digas”. Qué poca humillación hay en nosotros. Él no nos sirve según nuestro placer, le servimos según Su placer.
Hasta que el dedo de Dios tocó el encaje del muslo de Jacob, hasta que Dios puso su mano en la raíz del problema, su yo fue quebrantado y después de esto pudo conocer a su hermano Esaú.
Ya he hablado de Jacob en muchas ocasiones, y a través de su vida y su historia podemos entender muchos de los tratos de Dios con nosotros, cada disciplina, cada adversidad, prueba, sufrimiento, dificultad y todas estas cosas extrañas que nos suceden, son para lograr el cambio en nuestras vidas, una verdadera transformación, vaciarnos a nosotros mismos y quebrantar nuestro yo cerrero. Si usted lee la vida de Jacob se encontrará con usted mismo.
El Padre nos dio a Cristo para que sea nuestra vida. Cuando entramos en contacto con la vida de Cristo y Él entra a nuestra vida, lo que reflejamos es la vida de Él, es Su resplandor, Su hermosura, Su belleza y no es nada nuestro.
No importa cuán iluminada se vea la luna, no es su luz.
"...el cual siendo el resplandor de su gloria, y la misma imagen de su sustancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas..." Hebreos 1:3
Comentarios
Publicar un comentario
DEJA TU COMENTARIO (BIENVENIDOS LOS COMENTARIOS CONSTRUCTIVOS Y QUE EDIFICAN)