EL DESIERTO DE JOSÉ


 
Ahora pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; que para vida me envió Dios delante de vosotros… Y Dios me envió delante de vosotros, para que vosotros quedaseis en la tierra, y para daros vida por grande libertad. Así pues, no me enviasteis vosotros acá, sino Dios, que me ha puesto por padre del Faraón, y por señor de toda su casa, y por enseñoreador en toda la tierra de Egipto. Génesis 45:5, 7 – 8 

Si hay una historia que a mí personalmente me cautive el corazón, es la historia de José. ¿Quién no ha derramado lágrimas de tristeza y de alegría al leer este hermoso relato? José tipifica a nuestro Señor Jesucristo y por eso su vida se hace aún más cautivadora.

Cuando uno es niño en el Señor no se imagina todo lo que Él tiene que hacer en nosotros para llevarnos a la madurez. Me imagino que cuando José soñó sus sueños, no se imaginó todo lo que tendría que suceder para que el Señor los cumpliera en su vida.

José soportó muchas cosas en su niñez y creo que una de las más dolorosas fue la pérdida de su madre a tan temprana edad, perder a la madre es algo doloroso, pero en la niñez creo que es una pérdida que toca profundamente el corazón, ¿puedes imaginarte por un momento ese dolor? Además, sufrió el desprecio de sus hermanos mayores, fue odiado, burlado, abandonado y vendido por ellos; fue esclavizado, explotado, traicionado, vituperado, acosado, incomprendido, encarcelado y olvidado. 

Pero, fue en las situaciones más desesperadas de José desde su niñez, donde él comenzó a profundizar en la vida de Dios. Él tenía el favor del Señor, sin embargo, Dios debía perfeccionarlo y madurarlo. Y un día, sin él imaginárselo, fue enviado a su desierto, fue llevado a Egipto sin desearlo, fue desarraigado de los brazos de su padre, de la comodidad de su vida y de la ternura de su hermano Benjamín. La escuela de cada siervo de Dios ha sido y será el desierto.

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue agitado del Espíritu al desierto” Lucas 4: 1

“Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco”. Gálatas 1: 15 -17

Dios debe matar esa mezcla de nuestra alma asociada con Él y el desierto hace esta labor. No podemos avanzar más con el Señor hasta que nuestra vida natural pierda su fuerza por completo.

Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por el SEÑOR, y la otra suerte por Azazel. {Heb. remover totalmente} Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por el SEÑOR, y lo ofrecerá como el pecado. Mas el macho cabrío, sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante del SEÑOR, para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto. Levítico 16: 8 -10


Azazel representa nuestra carne, somos enviados al desierto como aquel macho cabrío, porque nada de nuestra carne sobrevivirá en este lugar, allí ella morirá de hambre y de sed. Todo vestigio de nuestro hombre natural agonizará en el desierto, nada nuestro sobrevivirá allí, ni nuestras fuerzas, ni nuestras capacidades, ni nuestras buenas ideas, nada es nada.

En José los tratos del Señor fueron penetrados profundamente. Su alma fue puesta en hierro. Afligieron sus pies con grillos; en hierro fue puesta su alma. Salmo 105: 18. Detrás de esos barrotes de hierro Dios se estaba forjando en Él. Y se convertirían en barrotes de oro, bañados de la presencia del Señor.

José estaba siendo preparado para gobernar, para dar de comer a otros, para preservarles la vida a su padre y a sus hermanos. Y este es el camino de la cruz, tan necesaria cada día. Dios debe salvarnos de nosotros mismos en la cotidianidad de nuestra vida, la carne no da tregua, el Señor debe cazar esas zorras pequeñas que dañan el fruto de Cristo en nuestra vida. Dios no puede echar vino nuevo en los odres viejos de nuestra naturaleza. Dios tuvo un plan muy hermoso, pero muy difícil en la vida de José, Dios obró a través de él para llevar a cabo un plan redentor, al igual que lo hizo con nuestro Señor Jesucristo.

José fue tratado a fondo en su vida natural. Y si vamos a ser ese pueblo que lo da todo por el Señor seremos tratados, seremos disciplinados, seremos llevados al desierto. Lamentablemente, muchos en el pueblo de Dios a lo largo de los años no han sido triturados como aquella oliva o como aquella uva, y en palabras de Austin Sparks: “su vida cristiana se parece más a un patio de recreo que a un lagar”.

Dios probó a José igual que lo seremos nosotros y será costoso. El entrenamiento de José no fue fácil, fueron años de soledad, sin su familia y en tierra lejana, en donde la palabra del Señor fue cincelada en su corazón, en donde las promesas de Dios parecían tan distantes, pero estaban siendo fundidas en su propia vida. El soñador arrogante debía ser quebrantado, al igual que nuestro orgullo debe ser derribado. Y solo hay una cosa que podemos hacer en nuestro desierto y es resistir con la fe de Cristo, pues seremos probados de múltiples maneras y aquellas promesas que se nos han dado parecerán tan lejanas; sin embargo, ahí están, solo que Dios está preparando a los vencedores, el Señor nos está llevando a madurez. A veces reprobamos la materia y nos toca repetir el curso.
Como escribió Austin Spark: Cualquier instrumento, individual o corporativo, que va a cumplir ese ministerio tendrá dificultades y sufrirá. Puedes predicar y dar conferencias sobre la Biblia y nunca saber nada de esto, pero si vas a ser un recipiente a través del cual el Señor ministra el verdadero bien espiritual para lograr algo que resista las mareas de muerte e iniquidad, tienes que ir por un camino muy profundo. No se le permitirá tener una vida superficial. Esta es la historia de José, esta es la historia de Cristo, esta es la historia de cada instrumento usado por Dios con el propósito de construir realmente la Vida espiritual de Su pueblo.
Dios está madurando a un remanente, nos está constituyendo en gente madura, fuerte en el Señor, que resiste el calor sofocante del desierto. Dios quiere gente adulta en Él, no niños espirituales que a estas alturas todavía son arrastrados por todo viento de doctrina o por las adversidades. Dios busca hombres y mujeres que son capaces de dejar todo por el Señor. Dios quiere que aprendamos a depender de Él y que crezcamos espiritualmente.

El Señor Jesús era amigo de los desiertos, Él se retiraba a estar con su Padre en los desiertos y en los montes. El Señor envió a José al desierto, no fueron sus hermanos, Dios lo permitió por un propósito. Cada cosa que el Señor permite en nuestra vida tiene un propósito, ninguna adversidad llegan a nosotros sin que antes haya pasado por sus manos. Dios está detrás de cada acontecimiento de nuestras vidas y de la historia de esta tierra, todo con un fin, que Su Hijo sea glorificado y todo obra para nuestro bien.

Si Dios ha hecho dulce tu copa bébela con gracia; si la he hecho amarga, bébela en comunión con Él. Si su voluntad providencial para ti es un período duro y de gran dificultad, sopórtalo, pero nunca elijas el escenario de tu propio martirio. Dios eligió la prueba para Abraham y él no se demoró ni argumentó. Obedeció con firmeza. Si no estás viviendo en comunión con Él, es fácil culparlo o juzgarlo. Antes de que tengas algún derecho de pronunciar un veredicto, debes superar la prueba porque así aprendes a conocer mejor a Dios. Él está obrando para que alcancemos sus fines más elevados, hasta que su propósito y el nuestro sea uno solo. Oswald Chambers

Dios lo envió para preservarles la vida a su familia, así como el Señor vino para darnos vida y vida en abundancia. Nos lleva al desierto para que regresemos recostados sobre su pecho, exhalando el aroma de Cristo. José lo comprendió al final y quizás no entendamos las cosas que nos suceden, pero al final lo haremos, porque todo tiene el propósito de llevarnos a Cristo.

¿Quién es ésta que sube del desierto como columnas de humo, sahumada de mirra y de incienso, y de todos los polvos aromáticos? Cantares 3: 6

Israel caminó en el desierto y allí Dios estableció sus principios eternos para todos nosotros a través de su aprendizaje. Todo lo que Dios les dio era una revelación de Cristo mismo y no lo entendieron. Todo era una sombra de Cristo, el agua de la peña, el maná, el tabernáculo y todo lo demás. El desierto es para que veamos la suficiencia de Cristo en todas las cosas, para que veamos que Él es la respuesta a cada una de nuestras necesidades, para verlo a Él en mayor profundidad, porque al cesar nuestra vida natural podemos ver que lo único que necesitamos es su vida abundante, sabremos que Él es suficiente para nosotros, que a través de su vida podemos vivir plenamente sin necesitar nada de nuestra carne ni del mundo. Y mientras más experimentamos el desierto, más percibimos al Señor Jesús. Allí se revelará nuestra pobreza, nuestra indignidad, nuestra bajeza, nuestra infinita necesidad de Él, pero también conoceremos la grandeza de su gracia. Si Él quiere revelarnos más de Él nos llevará al desierto.

Así dijo el SEÑOR: Halló gracia en el desierto el pueblo, los que escaparon de la espada, yendo yo para hacer hallar reposo a Israel. Jeremías 31: 2

Aprenderemos a no apoyarnos en nuestra carne con respecto a las cosas del Señor. Descansaremos en Él. Entenderemos que todos los recursos, toda la provisión, toda la fuerza viene del Señor y Él mismo preparará una mesa en el desierto para nosotros, nos alimentará con toda palabra que sale de su boca.

Los graneros de José fueron abiertos para aquellos que tenían hambre. Y si vamos a impactar las vidas de otros como lo hizo José, no podemos ser cristianos de nombre, tenemos que tener la vida de Cristo forjada en nosotros. Este mundo está siendo sacudido como nunca antes y muchos tendrán hambre de lo que es verdadero, porque hay mucha falsedad. Que el Señor nos haga como José y podamos abrir esos graneros, y dar el pan del verdadero evangelio a todas esas personas que tienen hambre del Señor, aun a aquellos que son salvos, pero que son enclenques espiritualmente.

Como dijo Martin Stendal: El Señor no nos manda a compartir con el que no tiene hambre, Él no nos manda a estar golpeando puertas y embutiendo palabra de Dios donde nadie tiene hambre de esas cosas, Él nos manda a compartir lo que Él nos hada dado, si alguien está comiendo otra cosa y está feliz, pues el Señor no nos manda a compartir nuestra comida allí, Él nos manda a compartir la comida con el que no tiene.

Dios desea que cada palabra de su boca sea grabada en nosotros y la pongamos por práctica. Eso es seguir con el Señor a pesar de todas las circunstancias por las que estemos atravesando, quizás no serán como las que vivió José, no más grandes de las que vivió nuestro Señor Jesús, pero debemos avanzar con los ojos puestos en Él, no hay otra manera.

De qué nos sirve todo el conocimiento bíblico si ese conocimiento no se hace vida en nosotros, es ahí en el desierto que el Señor lo pone en práctica. Porque su verdad es práctica, no teórica. José fue entrenado y salió a hacer lo que el Señor le había mandado. En la tierra de su aflicción fue fructificado, es en la adversidad que somos llenos de Él, llenos de Cristo. Hay pan de Dios en la tierra de la aflicción. Incluso en medio de gente que no ama al Señor, ni lo conoce podemos ser llenos de su presencia, Él no nos manda a estar escondidos en una burbuja de cristal. ¿Estamos preparados, estamos llenos de Él para todo lo que se viene sobre esta tierra?

Cuando tomamos todo lo que es Cristo, cuando Él en nosotros es la esperanza de gloria, podemos abrir esos graneros y alimentar a otros. Es la vida de Cristo la que sale triunfante de ese desierto y la nuestra sale chamuscada. Debemos seguir adelante con todo lo que es Él en medio de las peores crisis o aflicciones, en medio de lo que vemos y oímos a nuestro alrededor. Y podremos decir como José: “Dios me hizo olvidar de todo mi trabajo y de la casa de mi padre, y me fructificó en la tierra de mi aflicción”.

Hermanos, yo mismo no hago cuenta de haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio del soberano llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Filipenses 3: 13 – 14

Hasta la próxima.

A.L

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