JESÚS LLORÓ Por Adriana Patricia
Tomada de https://co.pinterest.com/
“Jesús lloró” Juan
11:35
En
estos últimos meses han fallecido familiares de amigos y hermanos muy queridos
para mí; orando por ellos y pensando en todas aquellas almas que sufren la pérdida
de un ser querido en estos momentos, el Señor me regaló esta bella enseñanza, que
se aplica no solo a la muerte, sino a todo tipo de adversidades por las que
estemos pasando en estos momentos.
Este
es el versículo más corto de toda la Escritura, pero es uno de los versículos
para mí, más significativos.
Cuando
medito en este corto pasaje, no dejo de admirar la grandeza de mi Señor
comparada con mi pequeñez. Veo también la humanidad de mi Cristo y no puedo
dejar de alabarle.
Cuando
llegó Jesús a Betania, Lázaro había muerto. Jesús lloró frente a la tumba de Lázaro.
Todo estaba bien planeado según el propósito del Padre para que el Hijo de Dios
fuera glorificado por el milagro de la resurrección, (Juan 11:4).
Es
interesante saber que Jesús pasó sus últimos días con esta familia y la
resurrección de Lázaro precipitó Su crucifixión. Jesús amaba profundamente a
Lázaro, a María y a su hermana Marta. Cuando le dieron el aviso que Lázaro estaba
enfermo, solo pronunció que su enfermedad no era para muerte, sino para la
gloria de Dios, (Juan 11:4). Y se
quedó dos días más donde estaba. Los tiempos de Dios son muy diferentes a los
nuestros, Dios no se apresura, nosotros sí. Sus tardanzas no son
insuficiencias, nos enseñan que todo se hace en Su tiempo, en Su momento y en
Su voluntad Soberana. Cuando Él se tarda es para que aprendamos a depender de
Él, porque solo Jesús tiene la respuesta, tiene la Gracia y la fortaleza.
Cuando Él se retrasa es para revelarnos nuestra inutilidad.
Jesús
siguió su labor como si nada, mientras Lázaro agonizaba. Me imagino a sus
hermanas esperando a Jesús con ansiedad, miraban al horizonte para ver cuando
Su Cristo aparecería en escena para sanar a su amado hermano; lo habían visto
sanar a muchos, ahora era el turno de sanar a su amigo Lázaro. Jesús no tuvo
donde recostar su cabeza, sin embargo, solía ir a la casa de Marta y de sus
hermanos para departir, Jesús encontró un lugar de refugio, donde se sentía a
gusto; muchas veces se sentaron a compartir del reino de Dios, no obstante, ahora
lo estaban esperando y Él no llegaba.
Pero
Jesús no llegó cuando ellas los esperaban, ¡qué cuadro tan desesperante! ¡Qué
decepción! ¡Qué tristeza e impotencia! No habían celulares en esa época para
acosar a Jesús, solo debían esperar; me imagino sus preguntas de desesperación:
¿Por qué se tarda? ¿Qué lo distrajo? Acaso, ¿no somos sus amigos?
Cuando
Jesús iba a partir para despertar a Lázaro, sus discípulos lo reconvinieron
para que no fuera, por temor a los judíos, porque querían apedrearlo; el hombre
natural siempre está queriendo huir de las presiones puestas por Dios, al
hombre natural no le gusta los apretones de Dios, pero el Señor debe enviar
todas estas presiones a nuestra vida, con el fin de forjar a Cristo dentro
nosotros, para mostrar Su poder y para madurarnos.
Creo
que todos aceptaron sin protestar, menos Tomás, ¡pobre Tomás!, sus palabras
fueron: “vamos para que muramos”. A Tomás siempre se le olvidaba quien era Su maestro.
Jesús
llegó a los cuatro días; cuatro en la Escritura representa el número del amor, ¡cuánto
amaba Jesús a Lázaro! Juan, el apóstol del amor, dice muy claro que Jesús los
amaba.
Marta
lo recibió con reproche “si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”,
sin embargo, Jesús no le dio explicaciones de la razón de su tardanza, porque Jesús
no está obligado a respondernos; cuando amamos a Cristo, cuando le hemos
entregado el gobierno de nuestra vida y le hemos dado el derecho en nosotros, los
porqués sobran, un verdadero hijo de Dios debe aprender a llevar a la cruz los PORQUÉS;
esto se aprende en la prueba, cuando el Señor calla y guarda profundo silencio.
Marta
amaba a Jesús, ella le dedicó su atención en su casa, en ese hogar acogedor,
Jesús encontró una mujer especial que le sirvió en su cansancio físico. María
se sentó a sus pies, pero Marta le dedicó su servicio doméstico. Todos vemos a
Marta como la ocupada neurótica ama de casa, que no tiene tiempo para Jesús,
pero no era así; Jesús en una ocasión la regañó con todo el amor y por esto le
dice: “Marta Marta”, al pronunciar dos veces su nombre muestra lo amoroso que
era Jesús con ella.
Cuando
Él llegó, ella enjugó sus lágrimas, dejó a su silenciosa hermana y salió al
encuentro con su Cristo, esos segundos se hicieron eternos; cuando por fin se
encontraron, su reproche era de angustia y de dolor, pero dijo algo maravilloso
que expresó su fe por Jesús, “lo que pidas a Dios, Dios te lo dará” (Juan 11:22), ¡qué grande era la fe de
Marta!; una sencilla ama de casa, agitada con su trabajo doméstico, no estaba
distraída, desde la cocina oía hablar a Jesús. Solo el que ha estado con Jesús
cara a cara puede afirmar esto.
Y
Jesús esperó la respuesta de ella, cuando le dijo que su hermano resucitaría,
su respuesta fue lo que hizo que Jesús diera la declaración más extraordinaria
donde mostraría Su maravilloso poder, Su autoridad y Su majestad “le dice Jesús: YO SOY la resurrección y la
vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y
cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” Juan 11: 25 – 26.
Y
ella le responde: “yo creo que eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido al
mundo” (Juan 11:27). ¡Gloria a Dios!
Marta tal vez no alcanzaba a discernir la profundidad de las palabras que Jesús
hacía de sí mismo, sin embargo, CREYÓ.
“La incredulidad es la madre de todas las desobediencias” dijo
Andrew Murray.
Si
consideramos a Dios digno de confianza, creeremos. Jesús le estaba dando Su
promesa, esto era suficiente para creerle. Cuando confiamos en Él no seremos
avergonzados, cuando confiamos en Su infinita misericordia y Su poder,
tendremos la victoria. Esto era lo que Jesús le estaba enseñando a Marta, era
algo que solo podía aprenderlo, a través de la muerte de su hermano. A través de
nuestras adversidades es que aprendemos las grandes lecciones de Dios.
Luego,
Marta llama a su hermana en privado, porque Marta cuidaba de Jesús, se
preocupaba por su seguridad, sabía que los judíos lo asediaban; no como Tomás, que
más le importaba su seguridad, que la de Cristo. Una persona sin fe, se
preocupa por su bienestar personal, por sus propios intereses, no por los
intereses de Dios. Si realmente Jesús es el Señor de nuestras vidas, con todo
lo que esto implica, nuestra única preocupación será por los intereses de Dios,
negando los nuestros.
María
llegó y como siempre lo hacía, se arrojó a los pies de Jesús y repitió las
palabras de dolor e impotencia que dijo su hermana. Jesús mostró Su humanidad,
Su corazón se desgarró de dolor. Las lágrimas de María se juntaron con las de Cristo.
Jesús se embraveció en Espíritu y se alborotó así mismo (Juan 11:33), otras versiones de la Biblia dicen que se conmovió
profundamente; Él se identificó con el dolor de ellas, mostró el amor que tenía
por Lázaro; la muerte no era el plan de Dios, la muerte entró por el pecado de
Adán. Jesús se conmovió hasta los tuétanos. Jesús amaba el servicio de Marta,
amaba el silencio de María y su delicado sentarse a sus pies, ambas eran
especiales para su corazón.
Pidió
que lo llevaran donde lo habían sepultado, y ahí en frente de la tumba de su
amigo, Jesús lloró. El Maestro, el
Cristo, el Hijo del Dios Viviente, lloró; el carpintero con sus manos rústicas
y tal vez llenas de callos por el trabajo de la madera de sus anteriores años,
lloró; el Jesús quizás con su rostro quemado por el sol a causa de sus largos
viajes, lloró; ese Jesús Maravilloso, no pudo contenerse y derramó lágrimas de
dolor. ¡Qué máxima expresión de nuestro Cristo! Mi dolor es Su dolor. Mi
tristeza es suya también, mi carga es la de Él, mis tragedias y mis fracasos
son suyos. Cuando el dolor y la tristeza destrozan mi corazón, el Varón
experimentado en dolores se rompe también. Jesús no solo llegó para resucitar a
Lázaro sino también para consolarlas y mostrarles que para Él no hay nada
imposible; la vida es difícil, sin embargo, Jesús está ahí para nosotros.
La Sra. Cowman citando a George Matheson escribió: “La hora de soledad te coronará. El día de
depresión te festejará. Tu desierto romperá a cantar. Los árboles de tu selva silenciosa
son los que aplaudirán. Las cosas postreras, serán las primeras en el dulce
porvenir. Las espinas serán rosas. Los valles serán montes. Lo curvo será línea
recta. Los surcos serán tierra plana. Las sombras serán resplandor. Las pérdidas
serán ganancias. Las lágrimas serán peldaños de oro”.
Cuando
llega ese momento de dolor, solo podemos correr a Cristo y a nadie más, porque Él
tiene lo que nadie más posee. Él es la Resurrección y la Vida. Nada de lo que
hagamos podrá salvar de la muerte a los seres que amamos, pero un día
resucitarán incorruptibles por el poder de Jesús. Cuando vivían, orábamos por ellos,
pidiendo que Dios les diera lo mejor y ahora debemos reconocer con nostalgia
que nuestra petición fue concedida, tienen lo mejor, están en la presencia del
Señor.
Jesús
pronunció unas asombrosas palabras antes de ser apresado, pensemos en el
contexto en que fueron pronunciadas, eran horas decisivas, intensas y de mucho
dolor “…En el mundo tendréis apretura;
más confiad, yo he vencido al mundo” Juan 16:33b. Las pruebas de Dios
llegan para ministrar a nuestro corazón, porque Jesús a través de ellas, se da
sí mismo; las adversidades son comida para nuestros espíritus, porque en
nuestra debilidad el Señor nos dará Su fuerza.
“…diga
el flaco: Fuerte soy” Joel 3: 10b.
“Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece” Filipenses 4:13.
“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque (mi)
potencia en la flaqueza se perfecciona. Por tanto, de buena gana me gloriaré de
mis flaquezas, para que habite en mí la potencia de Cristo” 2 Corintios 12:9.
Aquellos
que hemos sido afinados en el horno de fuego de Dios una y otra vez, podemos
cantar de gozo en medio de nuestra adversidad, de nuestro llanto, de la muerte,
de la impotencia y del dolor, como lo hicieron Pablo y Silas azotados, con sus
pies en el cepo y encarcelados; porque sabemos en Quien hemos creído.
“Antes, en todas
estas cosas somos más que vencedores por aquel que nos amó. Por lo cual estoy
cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades,
ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura
nos podrá apartar de la caridad de Dios, que es en Cristo, Jesús, Señor nuestro”
Romanos 8:37 - 39.
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