LA TRAGEDIA DE LA ACTIVIDAD RELIGIOSA CORROMPIDA Por A.W. Tozer
Este es uno de mis autores preferidos, cada vez que el Señor habla a mi vida a través de alguno de sus escritos o sus libros, soy confrontada de manera letal. Es de los pocos escritores que desenmascara el "yo" de una manera absoluta y es la voz profética para la iglesia contemporánea que se ha casado con Babilonia en su prácticas religiosas. Realmente fue un hombre enseñado por el Espíritu, como dijo Leonard Ravenhill.
Anoche hablaba con alguien acerca del sistema religioso y de la venda en nuestros ojos a este respecto, hasta que el Señor nos abre los ojos y nos despierta por Su Espíritu a Su realidad. Yo le ponía en el ejemplo de Neo en la película "La Matrix", Neo fue despertado y desconectado de la máquina y se dio cuenta de la realidad; así debe hacer el Señor con nosotros.
Esta lectura confronta y nos abre los ojos con respecto a la actividad religiosa corrompida de estos últimos tiempos, que el Señor nos dé ojos para ver y oídos para oír, y podamos arrepentirnos de las mezclas que hemos hecho, confundiendo la vida del Reino con la vida religiosa.
La tragedia de la actividad
religiosa
corrompida
corrompida
Probablemente
no hay otro campo de actividad humana en que existe tanto desperdicio como
sucede en el campo de la religión.
Es perfectamente
posible al ser humano pasar una hora en la iglesia o incluso en una reunión de
oración. La conocida expresión «elija la iglesia evangélica más cercana a su
domicilio», que últimamente viene usándose en todos los lugares, puede tener
algún valor si hace recordar a una civilización materialista que este mundo no
es todo y que existen algunas riquezas que no pueden ser compradas con dinero.
Con todo, no debemos olvidar que un hombre puede frecuentar una iglesia toda la
vida y, pese a eso, no mejorar.
En la iglesia común
en que, año tras año, oímos las mismas oraciones repetidas todos los domingos, se
piensa que, a falta de otra expectativa más distante, esas oraciones serán
respondidas. Al parecer, basta con que sean hechas. Las frases trilladas, el
tono religioso, las palabras cargadas de emoción tienen su efecto superficial y
temporal, pero el adorador no está más cerca de Dios, ni en mejor condición
moral y más seguro de que recibirá el cielo de lo que estaba antes. A pesar de
que por veinte años ha seguido la misma rutina los domingos, y se ha ausentado
de su casa por dos horas para asistir al culto, él perdió más de 85 días en
este ejercicio inútil.
El autor de hebreos
afirma que algunos cristianos estaban caminando sin salir de su lugar. Tuvieron
muchas oportunidades para crecer, sin embargo, no hubo desarrollo; tuvieron
tiempo suficiente para madurar, pero aún eran niños. Por eso, exhortó a esos
cristianos a que abandonasen su inexpresiva esfera religiosa y se dejasen
llevar hacia lo perfecto. (Hebreos 5:11 - 6:3).
Es posible moverse sin avanzar,
y esto describe gran parte de las actividades entre los cristianos de hoy. Es
simplemente desperdicio de movimiento.
En Dios hay
movimiento, pero nunca desperdicio de movimiento; Él siempre actúa teniendo en
cuenta un propósito preestablecido. Al ser creados a su imagen, somos, por
naturaleza, formados para que justifiquemos nuestra existencia sólo cuando
estamos actuando con un propósito en mente. La actividad hecha al azar está por
debajo del mérito y la dignidad del ser humano. La actividad que no resulta en
avance en dirección a una meta, es inútil; con todo, la mayoría de los
cristianos no tienen idea definida de aquello que se esfuerzan en alcanzar. En
el círculo vicioso de la religión, ellos continúan perdiendo el tiempo y
energía en algo que, Dios sabe, ellos nunca invierten más de una hora. Esta es
una tragedia digna de Esquilo o Dante.
Por detrás de este
trágico desperdicio normalmente hay una de estas tres causas: el cristiano
desconoce las Escrituras; no cree; o es desobediente.
Pienso que la
mayoría de los cristianos simplemente no son instruidos. Tal vez ellos hayan
oído hablar del Reino cuando no estaban debidamente preparados. Es casi seguro
que cualquier persona que se haya convertido en los últimos treinta años oyó
que solo tenía que aceptar a Jesús como Salvador personal y que todo estaría
bien. Es posible que algún consejero le haya dicho, además, que ahora ganará la
vida eterna y que, ciertamente, irá para el cielo cuando muera, si, de hecho,
el Señor no volviese y la llevase triunfante antes del terrible momento de su
muerte.
Después de esta primera
entrada precipitada en el cielo, normalmente ninguna otra palabra se le dice.
El nuevo convertido se ve con un martillo y un serrucho en la mano y ningún
proyecto. La persona no tiene la más mínima noción de lo que se espera que
haga. Por eso, cae en la triste rutina de lustrar su instrumento una vez cada
semana y guardarlo nuevamente en su estuche.
A veces, sin
embargo, el cristiano desperdicia sus esfuerzos por causa de la incredulidad.
Es posible que todos nosotros, hasta cierto punto, tengamos culpa en este
sentido. En nuestras oraciones en particular y en nuestros cultos públicos,
siempre estamos pidiendo a Dios que haga cosas que ya hizo o que no puede hacer
por causa de nuestra incredulidad. Suplicamos que Él hable cuando ya habló y
está hablando en este exacto momento. Pedimos su presencia cuando Él ya está
presente y espera que lo reconozcamos. Rogamos al Espíritu que venga sobre
nosotros, cuando permanentemente le impedimos actuar por causa de nuestras
dudas.
Es evidente que el
cristiano no puede esperar la manifestación de Dios mientras esté en una
condición de desobediencia. Si el hombre rehúsa a obedecer a Dios en algún
punto definido, si él obstinadamente impone su voluntad para resistir algún
mandamiento de Dios, sus otras actividades religiosas serán en vano. Él puede
frecuentar la iglesia por cincuenta años sin tener provecho alguno. Puede
diezmar, enseñar, predicar, cantar, grabar, editar o dirigir una conferencia
bíblica hasta quedar tan viejo que nada le quedará al final, sino cenizas.
«Obedecer es mejor que los sacrificios» (1 Samuel 15:22).
Sólo necesito
agregar que este trágico desperdicio es innecesario. El cristiano fiel tendrá
placer en todos los momentos que pasa en la iglesia y aprovechará estas
oportunidades. El cristiano instruido y obediente se entregará a Dios como
barro al alfarero, y el resultado no será el desperdicio, sino la gloria
eterna.
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