UNA SEÑAL DE LA MADUREZ
La madurez
espiritual no es cuánto conocimiento bíblico tengamos, ni cuántos dones obren
en nosotros, es cuánto de Cristo tenemos, cuánto ha aumentado Él y cuánto he
disminuido yo. Y esto me hace pensar en algo que leí hoy de Austin Sparks.
"La espiritualidad no es un
acuerdo mental sobre las cosas declaradas en la Palabra, es el derretimiento de
un corazón a otro, a todos los santos. La verdadera espiritualidad es la medida del amor de Dios derramado en el
corazón, todos los espirituales descansan y surgen del amor. Ni poder, ni
conocimiento, ni dones diferentes, estas no son las primeras cosas, lo primero
es el amor. Eso conduce al aumento de Dios".
Podemos tener todo lo demás, pero si
nos falta esa única cosa, no tenemos nada. Muchos malos entendidos separan el
cuerpo de Cristo, muchas guerras por doctrinas, algo que alguien nos hizo o que
no nos gusta del otro me separa de él, juzgamos los motivos cuando solo Dios
los conoce. Madurez es cuánto de ese amor del Señor hemos asimilado en nuestros corazones,
cuánto le hemos permitido a Él forjarse en nosotros. Ver 1 Corintios 13.
Siempre existirán las diferencias con los demás,
sin embargo, el amor cubre multitud de faltas, amar a quien no se lo merece, a
quien nos ha herido, a quien no es fácil de amar, ese es el reto.
Hay
una lección maravillosa acerca del amor divino, lo he plasmado en otros
escritos; no obstante, hoy nuevamente el Señor lo trajo a mi vida, cuánta de
esta enseñanza el Señor necesita grabarla en nuestro corazón.
" …como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin...se levantó de la cena, y se quitó su ropa, y tomando una toalla, se ciñó. Luego puso agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido". Juan 13: 1-17
Esto
se llevó a cabo en medio de un ambiente de mucha tensión. Los discípulos tenían
incertidumbre y expectativas muy altas hacia ellos mismos, pensaban que Jesús tomaría
el reino por la fuerza, expulsaría a los romanos y ellos serían puestos en
lugares de gobierno, esto estaba en sus mentes y en sus corazones. La madre de
los hijos de Zebedeo había solicitado que sus pequeños hijitos tuvieron un
lugar en el reino de los cielos y los otros estaban enojados porque esa idea no
se les había ocurrido primero; ardían de ira, de envidia, de celos, de egoísmo.
Todos pensaban en términos de posición, lugar, autoridad, liderazgo, recompensa, todos estaban fuera de sí, deseando algo para
ellos mismos y este fue el ambiente en donde Jesús les dio una gran enseñanza.
Llegaron
a esta casa bien organizada, pero como no era una casa de ricos,
no había sirvientes, estaba la vasija de agua y la toalla; sin embargo, no había
quien limpiara los pies de nadie. Y ellos llegaron allí con esa molestia en su corazón,
con esa susceptibilidad, con esa amargura, molestos, iracundos, soberbios. Todos
miraron alrededor, ninguno vio la vasija, aunque estaba a la vista o se hicieron
de la vista gorda. Y se sentaron a comer sin lavarse los pies, como niños caprichosos
y mimados.
Una de las ciudades más sucias de esa época era Jerusalén, había polvo, basura en la calle, era un día caluroso, imagínese por un momento los pies de ellos, olorosos y sucios, ellos necesitaban esa agua y no la quisieron ver, “que lo haga otro”, “yo por qué”, habrán dicho; la fuerza de esto está allí, pero pocas veces lo vemos, mírese a usted mismo y vea que allí estamos todos.
Por
ejemplo, Mateo era un hombre que había tenido dinero, ya que cuando el Señor lo
llamó hizo fiesta y para hacer una gran fiesta se necesita dinero y se necesita
sirvientes, así que pudo tener siempre quien le limpiara los pies; Santiago y Juan
eran amigos del sumo sacerdote, es decir, hombres de influencia y Pedro siempre
fue llevado más allá por el Señor y esto lo hacía sentir que era el más importante
entre los discípulos.
Y en
medio de este ambiente tan miserable, egoísta, falso, el Señor se levantó para
hacer la labor que todos despreciaron. Jesús salió de la habitación, se acercó a la
vasija, se quitó su manto exterior, tomó el delantal de sirviente, se lo amarró, vertió el agua en la tina y comenzó a lavar los pies de estos hombres, no me imagino
sus caras.
Este
es el amor de Cristo, algo expresado, vivido, experimentado no con palabras
sentimentales y vacías, esto es amor no solo por los fáciles de amar, por los encantadores,
por aquellos a quienes no podemos evitar amar por ser empáticos, carismáticos, bonachones,
buena gente, que nunca nos llevan la contraria, que siempre están dispuestos a ayudarnos,
que no nos critican, ni nos sacan la piedra, no, es un amor por los que son un
fastidio y a veces nos hacen la vida difícil.
Que el Señor nos ayude y nos enseñe, que su amor nos
inunde y llene nuestros corazones. Si amamos al Señor, debemos amar a los que
Él ama.
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