BENDITO REGALO

 


En estos días me he enterado de las dolencias físicas de muchos amigos, de sus luchas con su salud o con la salud de algunos de sus familiares, enfermedades delicadas que los han incapacitado y los tienen en tratamientos y exámenes médicos. No son noticias alentadoras.

Vivimos en un mundo en donde el dolor es evitado a toda costa, la enfermedad y el sufrimiento son vistos como algo negativo, como una especie de castigo de Dios, porque quizás la persona ha hecho algo muy malo; en cambio, la prosperidad y la salud son vistas como señales del favor de Dios. Y lo más triste es que en muchas iglesias estas mentiras son reforzadas. ¡Qué gran error! La prosperidad no es y nunca será una medida para nuestra vida, no es por lo que acumulemos o tengamos, es por lo que perdamos.
“Cada aflicción por la que el Señor nos permite pasar tiene la huella de Cristo impresa, porque el Espíritu Santo a través de pruebas y tribulaciones forja a Cristo en nosotros. Solo por medio del quebrantamiento podremos alcanzar el propósito de Dios en nuestras vidas, el verdadero amor por el Señor brota en medio de la aflicción y la belleza de Cristo se refleja en vidas abatidas”.
“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” Isaías 53:11

He visto como cada dolor, cada pérdida, cada quebrantamiento de salud en mi vida, ha aumentado mi dependencia en el Señor y mi amor por Él, ¡qué tiempos tan maravillosos he vivido en su presencia en esos momentos!, sintiendo Su abrazo en cada lágrima derramada, cada dolor me ha conducido a mayor intimidad con Él, a mayor consagración, esos encuentros íntimos que han llenado mi vida en medio de mucho dolor físico, emocional y mental, han moldeado mi forma de ver la vida, mi relación con Dios, mi relación con los demás, han moldeado mi carácter y hasta mis creencias religiosas dieron un vuelco total. La compasión por otros se adquiere en esos hermosos tiempos.

Fui diagnosticada con artrosis severa, mis rodillas están afectadas, mi cuello sufre de dolores constantes, sufrí de depresión, de ansiedad, de insomnio, de anorexia y bulimia, de TOC y he sufrido muchas pérdidas.

Pero, fue en esos tiempos que mi fe se fortaleció, conocí más del Señor de una manera asombrosa, las profundidades de Dios se conocen en el sufrimiento. Y aunque el sufrimiento haya pasado en muchos aspectos, son momentos que no se olvidan, pues fue ahí en donde el abrazo de Dios se hizo real. Cuán maravilloso fue morar en Su presencia en esos momentos angustiantes, no lo cambiaría por toda la prosperidad del mundo.
“Es en la adversidad en donde nos apegamos a lo eterno y nos damos cuenta que todo lo demás es pasajero, Dios dio y Dios quitó y vivir sin esos apegos es de las cosas que nos regala el sufrimiento, ya no hay miedo de perder, porque conocemos que nada es nuestro, todo le pertenece a Él. Su gracia nos sostiene en esos momentos, es preferible las pruebas con el Señor que tener una vida de abundancia sin Él”.
Dios me cubrió con Su sombra en medio de la tormenta. En mi noche oscura, vi Su luz penetrar en mi alma. Dios fue mi Compañero permanente en el valle de lágrimas y de la soledad, el Señor se apiadó de mí y Su consuelo llegó a mi vida en cada instante. En mi sufrimiento Dios llamó mi atención y pude verlo como nunca hubiera podido hacerlo de otra manera.

Como dijo Margaret Clarkson en su libro “La Gracia crece mejor en el invierno”:
“La soberanía de Dios es la única roca impenetrable de la cual debe asirse el corazón humano que sufre. Las circunstancias que rodean nuestras vidas no son accidentales. Es posible que sean obra de maldad, pero esa maldad permanece sujeta firmemente bajo la mano poderosa de nuestro Dios soberano…Todo el mal le es sujeto y el mal no puede tocar a sus hijos si Él no se lo permite. Dios es el Señor de la historia humana y la historia personal de cada miembro de su familia redimida”.
Cuánto más afligidos y quebrantados estamos, nuestras vidas se enternecen para escuchar la voz de Dios, la vida de nuestra alma pierde su fuerza y podemos aprender sometimiento y obediencia a Él. Como dijo Charles H. Spurgeon:
“La aflicción es el sintonizador de las arpas de cantores santificados”.
Recordemos que el señor Spurgeon sufrió de depresión, de reumatismo, de la enfermedad de Bright y de gota. George Matheson era ciego y sufrió de depresión severa. Margaret Clarkson, autora de muchos himnos, sufrió de artritis, de vómitos convulsivos y de migraña constante. Annie Johnson Flint, autora de bellos poemas para el Señor, sufrió toda su vida de artritis crónica y al final de sus días sufrió de cáncer. Hudson Taylor sufrió hepatitis, su hígado estaba dañado, sufrió de agotamiento constante y de depresión severa, y así podría nombrar muchos más; no obstante, todos y cada uno de ellos fueron usados por el Señor de una manera excepcional y su sufrimiento los acercó mucho más a Dios.

Es en el sufrimiento cuando anhelamos Su presencia, lo necesitamos más que nunca, en la prosperidad y la salud no estamos tan impacientados por Él.

La salud y la prosperidad son misericordias que pasan, se esfuman de un momento a otro, pero la adversidad nos pone de rodillas, nos aferra más a Él, a Su dulce misericordia, al consuelo de Sus brazos, a la luz de Su vida que no nos abandona. Hoy puedo decir que el dolor y el sufrimiento son bellos regalos de Su infinito amor.

Después de estas cosas vino la palabra del Señor a Abram en visión diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” Génesis 15:1

El Señor le dijo a Abram “NO TEMAS”, él había vencido a cuatro reyes para salvar la vida de su sobrino Lot y, sin embargo, en un momento sintió temor, por eso el Señor le dice “NO TEMAS”, yo soy tu escudo y tu galardón será sobremanera grande.

Hay momentos de temor en medio de nuestros sufrimientos, pero el Señor es nuestro escudo, Él no nos abandona, Él nos defiende, Él está con nosotros en medio de las tragedias de vida, de los malos diagnósticos, en medio de las enfermedades, de las adversidades, de todas nuestras pérdidas, Él es nuestro escudo y nuestra fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Salmo 46.

El galardón que iba a recibir Abram no era Isaac o la tierra prometida para sus generaciones, su galardón sería su comunión íntima con el Señor, su amistad con Dios, su compañerismo con su Señor. Esa es la recompensa por todos nuestros sufrimientos, nuestras luchas, nuestras enfermedades. Él es nuestro galardón.

La mayor riqueza de Abram no eran sus 318 siervos o su ganado o su plata o su oro, su riqueza era su relación con Dios. “Yo soy tu Señor”, le dice Dios, ya Abram había aprendido la lección, no volvería a buscar ayuda en Egipto, ahora confiaría en su Señor que era su escudo en medio de lo que fuera. Que podamos ganar su corazón para ser llamados Sus amigos, que seamos contados en el cielo no por las cosas de este mundo, sino por poseerlo a Él, por cuánto de Cristo tenemos.
En es el sufrimiento donde entendemos que Él es nuestro Señor, que es nuestro escudo y nuestro mayor galardón, el sufrimiento nos hará amarlo más, conocerlo en mayor profundidad, nos hará correr a los brazos de Jesús. Bendito sea el regalo del sufrimiento.

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