EL DIOS QUE SACIA MI ALMA Por Adriana Patricia




Después de felices siete años al lado de un hombre maravilloso, una mañana desperté y de repente volvía a la soltería y en una soledad profunda.

Yo no escogí volver a la soltería, fue algo que el Señor decidió. Pero en medio de mi nuevo estado y de mi soledad, comprendí que no soy la única que ha pasado por esto, muchas hijas de Dios no importando su edad, han experimentado o están experimentando la soledad.

Son muchas las mujeres preciosas que conozco con las que he compartido acerca de este tema y que nos atañe a todas en algún momento de la vida.
Leí en un artículo que la soltería es un don, y hasta el momento de mi lectura yo creía que era una desdicha, la fallecida misionera Elisabeth Elliot escribió:    
“Habiendo pasado ya más de 41 años soltera, he aprendido que en verdad es un don. No uno que yo elegiría. No uno que muchas mujeres elegirían. Pero recuerden: nosotros no elegimos nuestros dones. Nos son otorgados por un Dador divino que sabe cómo va a ser el fin desde el comienzo, y quiere, por encima de todo lo demás, darnos el don que es Él mismo”.

El Señor me hizo comprender que esta etapa,  es un don de Dios como todos lo que Él nos puede dar, he podido entender que el único que puede llenar cada parte de mi existencia es Dios; esta etapa de nuestra vida podemos caminarla con el Señor y serle fiel a Él, y ser felices o podemos volvernos amargadas, pero yo decidí que iba a ser feliz porque es Cristo quien me sustenta, solo Él puede satisfacer cada centímetro de mi alma y nadie más lo podrá hacer en millones de años. Todos mis deseos interrumpidos y mis anhelos rotos fueron llevados a la cruz, y allí como un sacrificio fueron entregados ante mi Señor.

Toda mujer debe entender que su vida es un continuo sacrificio al Señor, sea casada, soltera, viuda o que esté sola; toda pérdida duele, pero Dios está atravesando el valle de soledad con nosotras. Todo aquello que no se cumplió en mí, todas las cosas insatisfechas que quedaron en mi corazón fueron colocadas en el altar de Dios. Entendí que mi soledad es llevada por el Señor al pie de Su cruz y que mi soltería es un don maravilloso del Señor, no uno que yo haya elegido, porque no, no lo escogí, pero ahora sé que es un don maravilloso que puedo disfrutar porque es Cristo quien me lo da.

Cristo también experimentó la soledad en el huerto de Getsemaní; Su Padre lo envió a morir por una humanidad que no se merecía tan alto y maravilloso sacrificio, pero Él prefirió hacer la voluntad de Su Padre y se negó a sí mismo: “Pasa de mi esta copa, pero que no se haga como yo quiero” fueron sus palabras; decidió ir a la cruz por ti y por mí. Sus amigos y discípulos más allegados estaban durmiendo cuando más los necesitaba. Y ahí comprendí que el Señor nos deja en debilidad y en soledad para hacer que aprendamos a depender de Él y para que Él sea suficiente para nosotros. En medio de su sudor como gotas de sangre, un ángel del cielo lo confortaba ¡Gloria a Dios!, Su ayuda vino del cielo y no de la tierra, Su ayuda no tuvo forma de hombre, su apoyo fue celestial.

Así mismo el Señor del Getsemaní que sufrió la agonía de su muerte, me envolvió con sus brazos y te envuelve a ti mujer sola, los brazos que se desgarraron por ti en la cruz, son los mismos brazos que te abrazan en tu Getsemaní, así ese Getsemaní sea tu soltería obligada.

El matrimonio por muy hermoso que sea y que esté dentro de la voluntad de Dios, no puede llenarnos como mujeres, la soltería tampoco nos llena; es un Cristo vivo y reinante que puede llenar todo en nuestra vida. El dolor de la soledad y de la pérdida puede golpear a nuestra puerta, pero sin dolor no hay crecimiento, no hay ganancia y eso podemos llevarlo a la cruz y podemos ser felices en la soledad porque lo tenemos a Él.

Renunciar a mí misma y negarme, es saber que aunque yo no escogí la soltería nuevamente, Dios tiene el control de mi vida y es el Soberano de mi existencia. Es darle gracias a Dios por lo que ahora tengo como un regalo de Él, es entregarme por completo a Aquel que dio Su vida por mí, pues mi dolor es su dolor, Cristo no nos deja solas.  

Por eso fue en un huerto que Jesús en agonía oró intensamente, porque somos sus huertos y Dios debe limpiar y desyerbar el terreno en donde va a sembrar la semilla de vida, que es Cristo, Él debe vaciar nuestras vidas para ser llenados por Él.  

Getsemaní significa “prensa de aceite”, para que seamos aceite, Dios debe prensar Sus olivas; las olivas primero se introducen en un molino de piedra para ser trituradas y luego van a una prensa para sacar el aceite de oliva. Por eso Dios permite que nuestras vidas sean trituradas en las manos de Cristo porque Él es la Piedra viva, reprobada ciertamente de los hombres, pero elegida de Dios, preciosa; y así quedemos en soledad y en debilidad absoluta como parte de esa prensa, es para llevarnos solo a Él y que Él sea suficiente para nosotras.  Dios suple nuestras necesidades sentimentales, Él nos da el contentamiento en medio de nuestras circunstancias.

Dice el Salmo 63:

Versículo 5: “Como de sebo y de grosura será saciada mi alma”. 

La grosura del animal sirve para utilizarla en tiempo de necesidad, la grosura era para el Señor; seremos saciados de todo lo que viene del Señor en nuestros tiempos de soledad. Toda la riqueza infinita de nuestro buen Señor será dada a nosotras para ser llenadas por completo y no necesitar nada más que Él.

Versículo 7 y 8: “Porque has sido mi socorro; y así en la sombra de tus alas me regocijaré. Mi alma se apegó tras de ti; tu diestra me ha sustentado”.

Que nuestra alma se apegue cada vez más a Él y debajo de sus alas nos regocijemos, así el don que nos haya dado sea el de la soltería obligada o el de una soledad sin el ser humano, pero saciada de Cristo.

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