LA VIEJA Y LA NUEVA CRUZ Por A.W. Tozer
Esta es una de esas enseñanzas, que posee el don de despertar los espíritus dormidos de los cristianos. Dios ha usado a hombres como A.W. Tozer para interrumpir el sueño de muchos en la cristiandad de estos tiempos. La vida con Cristo posee el sabor del alto costo y no es un camino de pétalos de rosas, es un camino de rosas con todas sus espinas. Dios trabaja en nuestras vidas para la eternidad y eso conlleva un trabajo minucioso del Señor en nuestro interior. Trabajo que hace la cruz de Cristo en nosotros. Como decía George Matheson: Pregúntale a Cristo cuando comenzó a reinar y Él te responderá: "Cuando estaba sobre el frío suelo del Getsemaní; allí recibí mi cetro".
La vieja y la nueva cruz
Un nuevo y pernicioso tipo de
evangelio se abre paso en la cristiandad en nuestros días.
Sin anunciar y casi sin ser detectada, ha entrado
en el círculo evangélico una cruz nueva en tiempos modernos. Se parece a la
vieja cruz, pero no lo es; aunque las semejanzas son superficiales, las
diferencias son fundamentales.
Mana de esa nueva
cruz una nueva filosofía acerca de la vida cristiana, y de esa filosofía
procede una nueva técnica evangélica, con una nueva clase de reunión y de
predicación. Ese evangelismo nuevo emplea el mismo lenguaje que el de antes,
pero su contenido no es el mismo, como tampoco lo es su énfasis.
La cruz vieja no tenía
nada que ver con el mundo, para la orgullosa carne de Adán, significaba el fin
del viaje. Ella ejecutaba la sentencia impuesta por la ley del Sinaí. En
cambio, la cruz nueva no se opone a la raza humana; antes al contrario, es una
compañera amistosa y, si es entendida correctamente, puede ser fuente de
océanos de diversión y disfrute, ya que deja vivir a Adán sin interferencias.
La motivación de su vida sigue sin cambios, y todavía vive para su propio
placer, pero ahora le gusta cantar canciones evangélicas y mirar películas
religiosas en lugar de las fiestas con sus canciones sugestivas y sus copas.
Todavía se acentúa el placer, aunque se supone que ahora la diversión ha subido
a un nivel más alto, al menos moral aunque no intelectualmente.
La cruz nueva
fomenta un nuevo y totalmente distinto trato evangelístico. El evangelista no
demanda la negación o la renuncia de la vida anterior antes de que uno pueda
recibir vida nueva, predica no los contrastes, sino las similitudes; intenta
sintonizar con el interés popular y el favor del público, mediante la
demostración de que el cristianismo no contiene demandas desagradables, antes
al contrario, ofrece lo mismo que el mundo ofrece pero en un nivel más alto.
Cualquier cosa que el mundo desea y demanda en su condición enloquecida por el
pecado, el evangelista demuestra que el evangelio lo ofrece, y el género
religioso es mejor.
La cruz nueva no
mata al pecador, sino que le vuelve a dirigir de nuevo en otra dirección. Le
asesora y le prepara para vivir una vida más limpia y más alegre, y le
salvaguarda el respeto hacia sí mismo, es decir, su ‘auto-imagen’ o la ‘opinión
de sí mismo’. Al hombre lanzado y confiado le dice: ‘Ven y sé lanzado y
confiado para Cristo’. Al egoísta le dice: ‘Ven y jáctate en el Señor’. Al que
busca placeres le dice: ‘Ven y disfruta el placer de la comunión cristiana’. El
mensaje cristiano es aguado o desvirtuado para ajustarlo a lo que esté de moda
en el mundo, y la finalidad es hacer el evangelio aceptable al público.
La filosofía que
está detrás de esto puede ser sincera, pero su sinceridad no excusa su
falsedad. Es falsa porque está ciega. No acaba de comprender en absoluto cuál
es el significado de la cruz.
La cruz vieja es un
símbolo de muerte. Ella representa el final brutal y violento de un ser humano.
En los tiempos de los romanos, el hombre que tomaba su cruz para llevarla. Ya
se había despedido de sus amigos, no iba a volver, y no iba para que le
renovasen o rehabilitasen la vida, sino que iba para que pusiesen punto final a
ella. La cruz no claudicó, no modificó nada, no perdonó nada, sino que mató a
todo el hombre por completo y eso con finalidad. No trataba de quedar bien con
su víctima, sino que le dio fuerte y con crueldad, y cuando hubiera acabado su
trabajo, ese hombre ya no estaría.
La raza de Adán
está bajo sentencia de muerte. No se puede conmutar la sentencia y no hay
escapatoria. Dios no puede aprobar ninguno de los frutos del pecado, por
inocentes o hermosos que aparezcan ellos a los ojos de los hombres. Dios salva
al individuo mediante su propia liquidación, porque después de terminado, Dios
le levanta en vida nueva.
El evangelismo que
traza paralelos amistosos entre los caminos de Dios y los de los hombres, es un
evangelio falso en cuanto a la Biblia, y cruel a las almas de sus oyentes. La
fe de Cristo no tiene paralelo con el mundo, porque cruza al mundo de manera
perpendicular. Al venir a Cristo no subimos nuestra vida vieja a un nivel más
alto, sino que la dejamos en la cruz. El grano de trigo debe caer en tierra y morir.
Nosotros, los que
predicamos el evangelio no debemos considerarnos agentes de relaciones
públicas, enviados para establecer buenas relaciones entre Cristo y el mundo.
No debemos imaginarnos comisionados para hacer a Cristo aceptable a las grandes
empresas, la prensa, el mundo del deporte o la educación. No somos mandados
para hacer diplomacia sino como profetas, y nuestro mensaje, no es otra cosa
que un ultimátum.
Dios ofrece vida al
hombre, pero no le ofrece una mejora de su vida vieja. La vida que El ofrece es
vida que surge de la muerte. Es una vida que siempre está en el otro lado de la
cruz. El que quisiera gozar de esa vida tiene que pasar bajo la vara. Tiene que
repudiarse a sí mismo y ponerse de acuerdo con Dios en cuanto a la sentencia
divina que le condena.
¿Qué significa eso
para el individuo, el hombre bajo condenación que quisiera hallar vida en
Cristo Jesús? ¿Cómo puede esa teología traducirse en vida para él? Simplemente,
debe arrepentirse y creer. Debe abandonar sus pecados y negarse a sí mismo.
¡Que no oculte ni defienda ni excuse nada! Tampoco debe regatear con Dios, sino
agachar la cabeza ante la vara de la ira divina y reconocer que es reo de
muerte.
Habiendo hecho
esto, ese hombre debe mirar con ojos de fe al Salvador; porque de Él vendrá
vida, renacimiento, purificación y poder. La cruz que acabó con la vida
terrenal de Jesús es la misma que ahora pone final a la vida del pecador; y el
poder que resucitó a Cristo de entre los muertos, es el mismo que ahora levanta
al pecador arrepentido y creyente para que tenga vida nueva junto con Cristo.
A los que objetan o
discrepan con esto, o lo consideran una opinión demasiada estrecha, o solamente
mi punto de vista sobre el asunto, déjenme decir que Dios ha sellado este
mensaje con Su aprobación, desde los tiempos del Apóstol Pablo hasta el día de
hoy. Si ha sido proclamado en estas mismísimas palabras o no, no importa tanto,
pero sí que es y ha sido el contenido de toda predicación que ha traído vida y
poder al mundo a lo largo de los siglos. Los místicos, los reformadores y los
predicadores de avivamientos han puesto aquí el énfasis, y señales y prodigios
y re-partimientos del Espíritu Santo han dado testimonio juntamente con ellos
de la aprobación divina.
¿Nos atrevemos, pues, a jugar con la verdad cuando somos conocedores de
que heredamos semejante legado de poder? ¿Intentaríamos cambiar con nuestros
lápices las rayas del plano divino, el modelo que nos fue mostrado en el Monte?
¡En ninguna manera! Prediquemos la vieja cruz, y conoceremos el viejo poder.
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