EL NUEVO ÉXODO Por Michael Clark, George Davis y Douglas Weaver

CAPÍTULO OCHO

TERCERA PARTE


El Alarido de los Mercaderes


Hemos apuntado al Misterio Babilonia en lo que concierne a la religión como un todo. Hay un aspecto que con frecuencia se descuida y que ocupará nuestros pensamientos en los momentos siguientes. Se aspecto es la economía global y nacional de nuestro día. Si, esto es Babilonia. En el capítulo 18 de Apocalipsis, el ángel del Señor clamó en voz alta, “Babilonia la grande ha caído, ha caído…” El otro clamor se oye desde los mercaderes de la tierra, llorando y lamentando por la pérdida de sus beneficios.


“Y los mercaderes de la tierra lloran y hacen lamentación sobre ella, porque ninguno compra más sus mercaderías” Apocalipsis 18:11)


“Los frutos codiciados por tu alma se apartaron de ti, y todas las cosas exquisitas y espléndidas te han faltado, y nunca más las hallarás. Los mercaderes de estas cosas, que se han enriquecido a costa de ella, se pararán lejos por el temor de su tormento, llorando y lamentando” (Apocalipsis 18:14‐15)


El sistema económico del mundo, tal y como lo conocemos hoy, surgió inicialmente de la rebelión de Caín. Antes de que los habitantes del mundo vivieran en inocencia y generosidad, la forma de vida de Caín corrompió completamente a la raza pre‐diluviana. Después del diluvio, la economía de Caín revivió de nuevo por Nimrod. Como veremos en breve, esto es muy indicativo. 


A lo largo de toda la historia de la humanidad, vemos los repetidos esfuerzos del hombre por desechar el gobierno o el reino de Dios. Un ejemplo de esto es el punto en el que Israel escoge a Saúl como rey, lo que implicaba un rechazo a la soberanía de Dios. En la venida de Cristo, el hombre recibe una nueva oportunidad de escoger. Cristo vino predicando el reino o el gobierno de Dios. Como David, Jesús tuvo un corazón por el reino de Dios. Estando ante Pilatos, Jesús dijo: “Mi Reino no es de este mundo. SI mi reino fuera de este mundo, mil siervos lucharían para que no fuera entregado a los judíos. Pero Mi Reino no es de aquí”. (Juan 18:36). El Reino de Dios no es como los reinos de Caín y Nimrod. Por que no es de (griego ek) ni procede de este mundo. No halla su origen en la rebelión del hombre.


El Reino del que habló Cristo es de otro ámbito—atraído por otros valores y objetivos. Su economía es motivada y sostenida enteramente por otros medios y principios. No podemos enfatizar esto suficientemente. Los que son nativos de un país, no tienen dificultad en detectar a los extranjeros entre ellos. Su lenguaje, sus maneras, su ropa, incluso la forma en que se comportan entre sí traiciona su status de extranjeros. Los cristianos no son de este mundo y por esa razón el mundo los aborrece. Moran como peregrinos y viajeros—una colonia del cielo, marcada por un estilo de vida de simpleza, carente de codicia. Tienen una economía enteramente distinta. Jesús habló de esta economía celestial en Lucas capítulo doce. No te confundas con esto. Cristo visto como un extranjero entre asalariados, hablando con un vocabulario celestial sobre un reino celestial.

Los pesos y las medidas o la toma de medidas es una de las expresiones del camino de Caín. De esa mentalidad vino el sistema de comercio que conocemos hoy día—un sistema de exactitud, que llega hasta el último céntimo.

¡Pero no es así el Reino de Dios! En lugar de ojo por ojo, Jesús dijo, “Pon la otra mejilla… da a los que te pidan… camina la segunda milla.” 

Lucas da un registro mucho más detallado en su evangelio e incluye el episodio que sirvió de trampolín para el Sermón del Monte de Cristo. Comenzó cuando un hombre se acercó a Jesús con esta petición. “Maestro, habla a mi hermano para que divida la herencia conmigo” (Lucas 12:13). Esta fue la pregunta que trajo el completo discurso de Cristo respecto de las necesidades de esta vida. La respuesta de Jesús a la pregunta de este hombre fue, “Hombre, ¿Quién Me ha puesto por juez sobre ti?” Jesús no vino a arbitrar los asuntos de esta vida en lo que concierne a mamón, sino a traer y a modelar la vida y el sistema de valores de otro reino. Si se mide con valores mundanos, este sistema de valores debe ser juzgado irresponsable y extravagante porque es una economía basada en un principio completamente distinto, no en los pesos y en las medidas sino en la
generosidad.

Cristo dio a este hombre la siguiente advertencia, “Guardaos de la codicia: porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de las cosas que posee” (Lucas 12:14).

¡Espera un minuto! ¿Es que no debía este hombre recibir su herencia? ¿Es que no debía Jesús apuntar a la codicia del hermano por quedarse con la porción de éste? ¿Es que no es esto una ofensa totalmente legal? Jesús no apuntó al mal sino que advirtió de la codicia, porque ése era el verdadero peligro.

Habló una parábola para ilustrarlo aun más. “También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios. (Lucas 12:16‐21). El valor de las cosas es determinado por una escala eterna. Jesús no fue movido por el sistema de valores de este mundo. Habría despachado rápidamente a los consejeros financieros cristianos de hoy día. Las riquezas, el prestigio o cualquiera de las otras galas de esta vida no pudieron moverle. ¡El era rico para Dios!

Después de haber exhortado a sus discípulos a no preocuparse por sus vidas, lo que comerían, ni por el cuerpo, lo que vestirían, Jesús dijo algo que bien podría sonar ridículo a los necesitados que había alrededor. “Porque la vida es más que la comida, y el cuerpo más que el vestido” (Lucas 12:23). Cristo está poniendo los valores del reino. Hoy, esos valores serían repudiados como una mayordomía pobre.

“Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves? ¿Y quién de vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo? Pues si no podéis ni aun lo que es menos, ¿por qué os afanáis por lo demás? Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas. No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino.” (Lucas 12:24‐32)

Jesús está contrastando dos ambiciones. Las naciones del mundo buscan las cosas temporales de esta vida y no buscan el Reino de Dios. Estas dos búsquedas de la vida son diametralmente opuestas. El intento de armonizar ambas ha producido el estado de tibieza actual de la Iglesia.

Jesús pidió a esta gente pobre que hiciera algo impensable desde una perspectiva mundana. En lugar de buscar adquirir posesiones, Jesús les pidió que tomaran lo que tuvieran, lo vendieran, y lo dieran a los pobres. “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye.” (Lucas 12:24‐33). Cuando se trata de la economía de Caín y de Ham, Jesús es brutal. Él sabe que es necesaria una alianza radical de los corazones de los hombres antes de que puedan ser ciudadanos efectivos del Reino de Su Padre. O bien nos aliamos con las naciones del mundo, buscando primero las cosas de la tierra, o nos aliamos con Su Padre, buscando Su Reino.

Jesús estaba pidiendo a los pobres que entraran en la generosidad del Padre. ¿Qué clase de estilo de vida hippie es ésta? ¿A qué nos llama el Señor aquí? Él no llama a regresar al camino de Su generosidad, que precedió al pecado de Caín. Consideremos como se forjó esto en la primera Iglesia.

CONTINUARÁ...

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