EL NUEVO ÉXODO Por Michael Clark, George Davis y Douglas Weaver

CAPÍTULO NUEVE


La Economía del Reino


Cuando llegó el día de Pentecostés en toda su magnitud, el Espíritu de Dios vino como un viento recio trayendo el Reino de Dios a los corazones de los hombres. Se añadieron tres mil a la iglesia ese mismo día. En un sentido real, nació una nación en un día. La comunidad de creyentes del primer siglo vivía por el Espíritu de Dios, los valores del reino, y permanecía en la palabras de Jesús, “Vended lo que poseéis…”

“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” (Hechos 2:42‐47)

“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.” (Hechos 4:32)

Los que creían eran de un corazón y alma y por causa de esa unidad, ninguno se aferraba a sus posesiones, sino que las veían como propiedad del cuerpo completo de creyentes. Cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio, desde ese momento tienen todas las cosas en común. SI la mujer ha adquirido una gran deuda, su deuda se convierte en la de él porque ahora son uno. El cuerpo de creyentes estaba tan unido en el amor de Cristo que no podían imaginarse acumulando para ellos mismos o ignorando la situación de los que estaban en necesidad en medio de ellos. Vivían por la economía del Reino. Era necesaria una vigilancia constante para preservar esta economía celestial, protegiéndola de la codicia de Caín.

Pablo escribió sobre esta lucha,

“Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis.” (2ª Cor. 11:2‐ 4)

¿Cuál era ese evangelio diferente? Pablo hablaba del mismo cuando escribió a Timoteo.

“Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales.” (1ª Tim. 6:3‐5)

Fue el evangelio de GANANCIA o de CAIN el que procedía de otro espíritu y reflejaba a un Jesús diferente.

Mira el contexto de los versículos siguientes:

“Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros. Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitarnos; pues nosotros no anduvimos desordenadamente entre vosotros, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros; no porque no tuviésemos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para que nos imitaseis.” (2ª Tesalonicenses 3:6‐ 9)

Pablo estaba trazando la línea entre el ejemplo de ellos de no desear mamón y el camino de los falsos maestros que habían llegado a ellos. Fue este deseo del pan de ellos y de los bienes de ellos lo que Pablo calificó de desordenado en estos falsos maestros. Su esfuerzo personal para suplirse a si mismo trabajando en medio de ellos día y noche era el buen ejemplo. “Si alguno no trabaja, que no coma”.

¿Qué es Mamón?

El Señor ha estado hablándonos acerca del profundo enamoramiento en que ha caído la iglesia occidental con mamón, y de su profundo alejamiento de Cristo. El engaño de las riquezas ha minado nuestra perspectiva total del evangelio de Cristo. ¡Que lejos hemos caído de las enseñanzas de Jesús!

En Lucas 16:11‐13, Jesús diferenció aún más la economía del cielo y la del mundo.

“Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” (Lucas 16:11‐13)

¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo, “No podéis servir a Dios y las riquezas?” Es curioso que de todas las palabras griegas traducidas por riqueza y dinero Jesús escogiera ésta. Mamón es una palabra babilónica que significa riquezas, y se cree que era uno de los dioses de Babilonia. Jesús está indicando algo más que el dinero en todo esto. Está diciendo que no puedes servir al Dios del cielo y al dios babilónico de la riqueza al mismo tiempo. Cristo está apuntando al origen del sistema del comercio, tal y como lo conocemos hoy día, y lo señala como un ídolo. La adoración de mamón toma los valores de la Babilonia mundana—buscando la cuña de oro y la finas vestiduras babilónicas,
adaptando los pesos y las medidas para que los hombres puedan ser medidos, oprimidos y llevados cautivos. Jesús vino declarando un Jubileo, “Y esta es la manera de la remisión: perdonará a su deudor todo aquel que hizo empréstito de su mano, con el cual obligó a su prójimo; no lo demandará más a su prójimo, o a su hermano, porque es pregonada la remisión de Jehová.” (Deuteronomio 15:2). La primera iglesia vivía en un continuo Jubileo.

La palabra medida (Hebreo nagas—presionar, atraer, oprimir, medir, ejercer una presión demandante) usada en el pasaje de arriba también aparece en Éxodo 5:6 en la que se traduce por capataces, refiriéndose a los que oprimían a los hijos de Israel durante la esclavitud en Egipto. Nagas también es traducida como capataz (opresor en inglés) (Job 3:18), arriero (Job 39:7), y cobrador de tributos (Daniel 11:20). De la rebelión de Caín surgió un sistema de pesos y medidas que dio lugar al opresor, al cobrador de tributos y al capataz que mide y perturba a los pueblos de la tierra.

En 1ª Samuel 22:2 leemos sobre un pueblo oprimido. “… Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos (David); y tuvo consigo como cuatrocientos hombres.”

David fue el verdadero ungido de Dios y tenía un corazón dispuesto a hacer a Dios rey y no hacer una réplica del reino de Saúl.

Dios advirtió a los hijos de Israel que por haberle rechazado como su rey y por escoger un rey conforme al orden de las naciones paganas, muchos lamentos seguirían después. Dios los advirtió de la opresión que Saúl pondría sobre el pueblo. Sucedió tal y como Dios había advertido. En breve los habitantes de la tierra estarían sufriendo el aguijón de los impuestos de su nuevo rey.

Israel así lo había pedido. Dios quería que supieran que el rey que había pedido como los reyes de las naciones alrededor, sería movido por las mismas pasiones que animan a los reyes paganos, reyes como Caín y Nimrod. El subproducto social de tal ambición es nagasopresión.

Bajo la dirección de Dios, Samuel los advirtió de las consecuencias opresivas de su elección:

“Dijo, pues: Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros
olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día.” (1ª Samuel 8:11‐19)

Seis veces advierte Dios en el pasaje de arriba, “[Saúl] TOMARÁ”. A pesar de esta advertencia, el pueblo rehusó escuchar la voz de Samuel e insistió, “No, tendremos un rey sobre nosotros…”

Así, vinieron muchos de ellos oprimidos, a la cueva de Adulam a Diavid, un pastor del modelo de Abel, el verdadero ungido de Dios. David se escondía de Saúl, que como Caín, estaba furioso de que Dios hubiera favorecido a un hombre más que a él. Dios había favorecido y ungido a David y Saúl estaba amenazado por esa unción, por lo que se levantó para matarlo.

Isaías profetizó de la división terrible que traería el camino de Caín o la adoración de mamón, y de cómo corrompería y oprimiría al pueblo de Dios.

“Y el pueblo se hará violencia (nagas) unos a otros, cada cual contra su vecino; el joven se levantará contra el anciano, y el villano contra el noble.” (Isaías 3:5)

Esta adoración a mamón también se ve en la iglesia de Laodicea, que dijo, “Soy rico y no tengo necesidad de nada…” Estaban tan engañados que no podían ver que su verdadera necesidad, Jesús, estaba en pie fuera de la puerta, queriendo entrar. Se había desviado por el camino de Balaam. Los que sirven a mamón son como Saúl, toman y toman y toman, almacenan y almacenan, edifican y edifican, acumulan tesoros para sí y confían en sus graneros para el día de desastre. Dicen, “Soy rico, y no tengo necesidad de nada…” Dicen a sus almas, “Alma, muchos bienes tienes para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate”. Pero, ¿Qué palabras tan aterradoras son estas? “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma y lo que has provisto ¿Para quién será? Así es el que hace para si tesoro, y no es rico para con Dios.”

Es interesante fijarse en que la iglesia Laodicea se veía a si misma rica, aumentada en bienes y sin necesidad de nada. Pero mira la descripción de Babilonia la Grande y lo que hay detrás de la puerta cerrada:

“…mercadería de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, de lino fino, de púrpura, de seda, de escarlata, de toda madera olorosa, de todo objeto de marfil, de todo objeto de madera preciosa, de cobre, de hierro y de mármol;

y canela, especias aromáticas, incienso, mirra, olíbano, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos y carros, y esclavos, almas de hombres.” (Apocalipsis 18:12‐13)

Vemos una acumulación de riqueza constantemente creciente en la iglesia occidental. A los ojos de Occidente, lo más grande siempre es lo mejor. Del mismo modo que América ha seguido acumulando riquezas, así lo ha hecho la iglesia también. Hoy, América tiene alrededor de un cinco por ciento de toda la población mundial, pero tiene también alrededor de un ochenta y cinco por ciento de la riqueza mundial. Al aumentar la riqueza en ella, su benevolencia y su entrega hacia las naciones pobres ha ido cada vez a menos. Lo mismo es cierto de la iglesia americana. Cualquiera que haya servido en un diaconado, sabe que un mínimo porcentaje de los ingresos de la iglesia se da a los pobres y necesitados de la comunidad y a las misiones en el extranjero.

Yo, Michael, pasé algún tiempo en Guatemala trabajando en un orfanato cristiano. Estos niños precisos tocaron de veras mi corazón, aunque la pobreza de estos queridos pequeñitos santos de Dios no era ni mucho menos tan grande como la de los que viven en las calles de la ciudad de Guatemala. Después, regresando de otro viaje a América Central, el hermano que me llevaba por Los Ángeles, quiso llevarme a una excursión corta para ver la famosa ciudad cristiana de cristal, edificada alrededor de un famoso predicador de la televisión. El contraste entre esa pobre nación del tercer mundo y lo que se había edificado en el nombre de Jesús, me enfermó el estómago.

La puerta de este sistema de iglesia laodiceo no está solo cerrada a Jesús, guardando sus riquezas en su interior, sino en contra del “más pequeñito de éstos”. Acumulamos bendición tras bendición sobre nosotros e ignoramos la situación de nuestros hermanos y hermanas en el tercer mundo. Esto es una afrenta al evangelio de Jesucristo. Jesús contó a muchos una parábola de Su Padre teniendo problemas con los siervos y el control del dinero. La tacañería y el control exhaustivo de esa riqueza parecían ser un mal común entre ellos. Lo mismo sucede en la iglesia de estos últimos días. Damos una moneda de ofrenda a los pobres para que ofrezcamos un mal aspecto. Pero, ¿Quiénes son los que viven en casas preciosas, conducen coches muy caros, las viudas y huérfanos o los así llamados benefactores que querrían ser reyes? Si nunca has dedicado un tiempo corto a una misión entre los pobres del tercer mundo, deberías. Si tienes el corazón de Cristo, te cambiará la vida para siempre.

Jesús dijo,

“Fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.” (Mateo 25:43‐45)

Fíjate en la respuesta de las cabras al contestar al Señor. “¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel y no te servimos?” Ofrendaban e incluso ponían un par de dólares en la ofrenda especial para las misiones, pero NO eran buenos administradores de lo que Dios les había dado. Pensaban que el dinero que daban ciegamente a los cofres de la iglesia iba todo a una buena causa. Pero esto no es buena mayordomía. Somos responsables de cómo se gasta el dinero que damos. Está claro en el Nuevo Testamento que el corazón de Dios no es dar grandes salarios a los que gobiernan las iglesias ni tampoco castillos desde los que estos reyes puedan reinar. El corazón de Dios es cuidar de las viudas y huérfanos, los más bajos, no los mayores (Santiago 1:27).

Creemos que la obra engañosa de este dios falso llamado Mamón es minar el evangelio de Cristo en Occidente y ha dado lugar para todas las otras perversiones que están barriendo la iglesia y los líderes en este tiempo. La razón de esto es bien simple. “Donde esté tu tesoro, ahí estará también tu corazón” (Lucas 12:34).

CONTINUARÁ...

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