EL NUEVO ÉXODO Por Michael Clark, George Davis y Douglas Weaver
CAPÍTULO QUINTO
PRIMERA PARTE
PRIMERA PARTE
LA CONSUMACIÓN DE LA INIQUIDAD Y EL HIJO DE PERDICIÓN
En Génesis 15 encontramos el corte del pacto entre Dios y Abram.
“Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. 14 Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza. 15 Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez. 16 Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí” (Génesis 15:13‐16)
Israel estuvo tanto tiempo en Egipto porque la iniquidad de un pueblo concreto no había llegado a su colmo. La iniquidad de los amorreos no había llegado a su plenitud. Había muchos otros pueblos en la TIERRA que no son mencionados aquí. Los cananeos, los gergeseos, los jebuseos, los hitititas, los ferezeos y los heveos, y otros muchos “itas” vivían también en la tierra de la promesa. Todos ellos menos los amorreos habían alcanzado la plenitud de la iniquidad. Dios y la simiente prometida esperaron que los amorreos alcanzaran el clímax de la decadencia extrema que precede al juicio. Dios, en su misericordia, no quería pasar juicio ni un instante antes. Como sucedió con la raza antediluviana, Su Espíritu no contendería con ellos todo el tiempo.
El tiempo de Dios con frecuencia depende de la consumación de la iniquidad. El enfrentamiento definitivo y final entre Cristo—el Hijo de Dios—y el hijo de perdición al final de la era de la Iglesia, también está esperando la expresión plena de la iniquidad. Si no entendemos este principio, nunca podremos entender los propósitos de Dios para los tiempos finales. Al final de esta era, la iniquidad volverá a alcanzar su plenitud, personificada en una persona llamada el hijo de perdición. Esto establecerá el escenario en el que el remanente de Dios vendrá a su plenitud. Consideremos el misterio que rodea a este hijo de perdición.
EL Hijo de la Perdición
La primera mención del hijo de perdición la encontramos en la oración de Cristo en Juan 17:12. “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese.”
De los doce, el único que se perdió fue el hijo de perdición, Judas. Judas es un tipo y una señal del hijo de perdición, que será revelado al cierre de la era. Esto es un misterio, el misterio de la iniquidad.
¿A qué pasaje de las Escrituras hace referencia Jesús cuando dijo, “y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición; para que la Escritura se cumpliese”? Es una referencia al pasaje hallado en Zacarías. Fue proclamado en un momento en el que la iniquidad de Judá estaba en su máximo apogeo. Siguieron en su idolatría y violencia por el camino de Caín. El tiempo de juicio había llegado. Dios envió a Zacarías para declarar Su juicio.
3 Voz de aullido de pastores, porque su magnificencia es asolada; estruendo de rugidos de cachorros de leones, porque la gloria del Jordán es destruida. 4 Así ha dicho Jehová mi Dios: Apacienta las ovejas de la matanza, 5 a las cuales matan sus compradores, y no se tienen por culpables; y el que las vende, dice: Bendito sea Jehová, porque he enriquecido; ni sus pastores tienen piedad de ellas. 6 Por tanto, no tendré ya más piedad de los moradores de la tierra, dice Jehová; porque he aquí, yo entregaré los hombres cada cual en mano de su compañero y en mano de su rey; y asolarán la tierra, y yo no los libraré de sus manos. 7 Apacenté, pues, las ovejas de la matanza, esto es, a los pobres del rebaño. Y tomé para mí dos cayados: al uno puse por nombre Gracia, y al otro Ataduras; y apacenté las ovejas. 8 Y destruí a tres pastores en un mes; pues mi alma se impacientó contra ellos, y también el alma de ellos me aborreció a mí. 9 Y dije: No os apacentaré; la que muriere, que muera; y la que se perdiere, que se pierda; y las que quedaren, que cada una coma la carne de su compañera. 10 Tomé luego mi cayado Gracia, y lo quebré, para romper mi pacto que concerté con todos los pueblos. 11 Y fue deshecho en ese día, y así conocieron los pobres del rebaño que miraban a mí, que era palabra de Jehová. 12 Y les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata. 13 Y me dijo Jehová: Échalo al tesoro; ¡Hermoso precio con que me han apreciado! Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa de Jehová al tesoro. 14 Quebré luego el otro cayado, Ataduras, para romper la hermandad entre Judá e Israel. 15 Y me dijo Jehová: Toma aún los aperos de un pastor insensato; 16 porque he aquí, yo levanto en la tierra a un pastor que no visitará las perdidas, ni buscará la pequeña, ni curará la perniquebrada, ni llevará la cansada a cuestas, sino que comerá la carne de la gorda, y romperá sus pezuñas. 17 ¡Ay del pastor inútil que abandona el ganado! Hiera la espada su brazo, y su ojo derecho; del todo se secará su brazo, y su ojo derecho será enteramente oscurecido. (Zacarías 11:3‐17)
Es de una importancia extrema apreciar el contexto de esta profecía para comprender completamente todo lo que Jesús estaba diciendo. Dios envió a Zacarías a pronunciar una palabra de juicio sobre Judá, y particularmente sobre los pastores de Judá. El rebaño había sido tratado tan mal que lo llama el rebaño de la matanza. Fue comprado, vendido y matado. Los compradores los mataron y se excusaron a si mismos de toda culpa. Los vendedores tuvieron la audacia de ver su ganancia deshonesta como la bendición de Dios, diciendo, “Bendito sea Jehová, porque me he enriquecido”.
Al final del primer siglo Judas escribió de la continua corrupción del CAMINO de Caín.
“Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 1:4)
“¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré.” (Judas 1:11).
Caín, Balaam y Coré tenían todos una cosa en común—rehusaron ser gobernados por Dios. Estos hombres que menciona Judas hicieron por la primera Iglesia lo que Caín había hecho al mundo antediluviano. Fueron influencias corruptas, manchas en sus ágapes.
Judas explica aún más,
“Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados;” (Judas 1:12)
Fue durante un ágape en el aposento alto cuando Judas salió de la presencia de Dios, exactamente igual que Caín. Judas era religioso, como lo había sido Caín. Como Caín, Judas era ladrón y buscaba lo suyo. Incluso robaba de la bolsa común. Como Caín, Judas era un constructor de un imperio, un celote militante que buscaba reconstruir el reino de Israel y restaurarlo a su gloria antigua. Como Caín, Judas también hizo un complot para matar a su hermano (Jesús) por ganancia personal, treinta piezas de plata. Luego trató de arrepentirse devolviendo la plata a los gobernadores del templo, pero no la aceptaron. Para ellos era dinero de sangre, precio de sangre. Es mucho más que una coincidencia el hecho de que la sangre de Abel clamara desde el CAMPO donde Caín le había matado y escondido su cuerpo, y aquí, las treinta piezas de plata se usaran para comprar un CAMPO que sería llamado “el campo de sangre” (Mateo 27:8).
Así, Zacarías sigue diciendo esencialmente lo mismo que Judas.
“porque he aquí, yo levanto en la tierra a un pastor que no visitará las perdidas, ni buscará la pequeña, ni curará la perniquebrada, ni llevará la cansada a cuestas, sino que comerá la carne de la gorda, y romperá sus pezuñas”
Vemos aquí el juicio sobre los que caminaron en la idolatría y violencia de Caín. Recogieron lo que sembraron. La misma violencia sería usada por pastores que mostrarían fuertemente la misma iniquidad, alimentándose del rebaño en adoración de si mismos.
Judas tenía un objetivo enteramente distinto al de Cristo. Judas quería construir un reino terrenal. Sus ambiciones eran contrarias a las de Jesús, que quería establecer el reino de Dios. Estas dos pasiones son completamente diferentes.
La característica principal común de Caín y Judas es una atracción por un objetivo contrario a los propósitos de Dios. Caín intentó promocionarse a si mismo matando a su hermano. No solo contendió con Abel sino que desaprobó la voluntad de Dios. No acepto la elección de Dios. Lo mismo sucedió con Judas, que traicionó a Cristo para su propio provecho. El humilde siervo Cristo fracasó en cumplir las grandes expectativas de Judas. Ni Caín ni Judas quisieron ni aceptaron la voluntad de Dios. Los dos querían establecer reinos terrenales mediante la traición. Las mayores ramificaciones de esto se harán más evidentes conforme avancemos.
Pablo escribió a los Filipenses:
“y en nada intimidados por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de salvación; y esto de Dios. 29 Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él.” (Filipenses 1:28‐29)
Este sufrimiento estará en manos de hombres como Caín y Judas, hombres religiosos que ofrecen sacrificios con su propia ganancia a la vista. Esta es una clara manifestación de lo que son realmente mientras luchan en contra de vosotros, los que creéis realmente.
Históricamente, la iglesia institucional ha expuesto completamente el espíritu del hijo de perdición y es responsable de una violencia y derramamiento de sangre horribles. Los perpretadores de esta violencia son gente religiosa que pensaban estar rindiendo un servicio a Dios. Como Caín, ofrecen sacrificios, pero traicionan y asesinan a los verdaderos creyentes en masa. Aunque las cosas son más civiles ahora puesto que el asesinato es ilegal, la traición y la perfidia persisten. Antes del fin de la era, cuando este misterio alcance su plenitud, habrá un resurgimiento de derramamiento de sangre también. El hijo de perdición será manifiesto en su plenitud.
Los gobiernos impuestos por los hombres no pueden ser más perfectos que los hombres que gobiernan. Por esta razón Dios está llamando a los hombres a salir de la ciudades corruptas hacia esa ciudad cuyo Arquitecto y constructor es Dios. Esto es algo más que figurativo. Es un peregrinaje espiritual muy real, yendo Jesús delante como Pastor, dirigiendo el camino (Lee Isaías 40:10,11).
De la misma forma que Israel no podía salir de Egipto un instante antes de que la iniquidad de los Amorreos llegara a su clímax, también tiene que llegar la plenitud de este misterio, el misterio de iniquidad, antes de la manifestación de los Hijos de Dios. Todas las obras de Dios son hechas en contraste. En Su carta a los Romanos, Pablo hizo una pregunta que apunta profundamente a este asunto.
“Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. (Romanos 9:17)
No estamos de acuerdo con el fatalismo de Calvino ni pretendemos entender completamente los caminos de Dios. No tenemos intención de entrar en el debate tradicional de la predestinación. Pero si queremos mostrar que Dios contrasta Su poder y gloria en el telón de fondo de la iniquidad, como un diamante puesto sobre terciopelo negro. Para que el misterio de Cristo alcance su manifestación plena, primero DEBE llegar la manifestación plena del misterio de la iniquidad.
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