EL NUEVO ÉXODO Por Michael Clark, George Davis y Douglas Weaver
CAPÍTULO 3
EL DISCURSO DE ESTEBAN
EL DISCURSO DE ESTEBAN
Esteban fue acusado de hablar contra el Templo y contra la ley de Moisés, y también se le acusó de decir que Jesús de Nazaret destruiría el Templo y cambiaría las costumbres que Moisés había legado. (Lee Hechos 6:11‐14). Por causa de esto fue arrestado y traído delante del consejo. Allí, Esteban hizo un llamado final a los ancianos de su pueblo a salir, a abandonar las tradiciones que con tanto celo defendían, y que abrazaran a Cristo, a quién habían crucificado. En cierto sentido, los acusadores de Esteban estaban en lo cierto, porque Cristo había venido para acabar con el orden del viejo templo, y sí, incluso a dejar obsoletas las costumbres y las leyes que Moisés les había legado.
La respuesta de Esteban a sus acusaciones es una historia breve pero intensa del peregrinaje de Israel y como Dios siguió llamándoles a salir de las tribus del hombre caído hacia Él mismo. Ver el discurso de Esteban como una mera sinopsis de su historia es perder el sentido del mismo completamente. ¿Pretendía Esteban enseñar a los ancianos de Israel algo que ellos ya sabían muy bien? Casi podemos escuchar los bostezos en las bocas de esta casta elitista de académicos y ancianos sentada delante de un don nadie que ahora osaba enseñarles a ellos mismos. Las últimas palabras de Esteban esconden el misterio de la Iglesia, no como una institución, sino como una asamblea extranjera de peregrinos llamados fuera, un pueblo que avanza hacia un destino predeterminado, sin ciudad alguna continuación. Esteban reprendió al consejo por fallar en asumir esta postura nómada para seguir a su Mesías, Jesucristo, en el nuevo éxodo. Las últimas palabras de Esteban nos dan una clara visión de lo que Jesús quiso decir cuando dijo, “Yo edificaré Mi Iglesia”.
Te animamos a leer el llamado de Esteban (Hechos 7:2‐52) por completo, prestando una gran atención a palabras como salir, abandonar, enviar, sacar, entrar, etc. Dios siempre está llamando a Su pueblo a salir y a avanzar hacia la restauración de todas las cosas (Hechos 3:21).
El Éxodo y el Fiel Abraham
Esteban comienza su exhortación de esta manera:
Y él dijo: Varones hermanos y padres, oíd: El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré. Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, Dios le trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora.” (Hechos 7:2‐4)
Esta es la primera vez en la que Dios llama a un pueblo a salir en lugar de dispersarlos. Dios llamó a un hombre de nombre Abraham a salir de su tierra idólatra para peregrinar con Él en tierra extraña. Lo que Dios quería era hacer un pacto con Abraham que bendijera al mundo, algo que no podía hacer mientras Abraham siguiera viviendo en la tierra de los Caldeos. Los propósitos de Dios nunca podían cumplirse en Babilonia. La canción del Señor no puede cantarse en tierra extraña (Salmos 137:4).
“Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie; pero le prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia después de él, cuando él aún no tenía hijo. Y le dijo Dios así: Que su descendencia sería extranjera en tierra ajena, y que los reducirían a servidumbre y los maltratarían, por cuatrocientos años. Mas yo juzgaré, dijo Dios, a la nación de la cual serán siervos; y después de esto saldrán y me servirán en este lugar.” (Hechos 7:5‐7).
Aquí hay otro éxodo. Dios reveló a Abraham que su simiente también sería extranjera en tierra ajena y que sería esclava durante 400 años. En el crisol de Egipto la simiente de Abraham se convertiría en una nación. En la consumación del tiempo, ¡oirían un nuevo llamado a salir! Por la poderosa mano de Dios, la simiente prometida regresaría para servir a Dios en la tierra prometida.
Hacia el fin de los 400 años, un libertador nacería entre ellos. Su nombre sería Moisés. Después de ser rescatado del río Nilo de niño, Moisés fue criado por la hija del faraón y educado en la sabiduría de los egipcios. De hombre, se encontró en su propio éxodo. Como su antecesor Abraham, peregrinó en tierra ajena. Moisés vio los abusos de los señores de Egipto y trató de librar a su pueblo del látigo de la opresión, pero su ministerio de liberación se equivocó absolutamente. Golpear a un señor hasta la muerte de una sola vez para liberar a la gente era algo cansino e inefectivo. Por temor a las consecuencias de sus actos, Moisés huyó de Egipto y se convirtió en un extranjero en tierra de Madián.
Después de cuarenta años de cuidar ovejas junto a su padre político, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se apareció a Moisés en forma de una zarza ardiente, diciéndole; “Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su gemido, y he descendido para librarlos. Ahora, pues, ven, te enviaré a Egipto.” (Hechos 7:34).
Por medio de Moisés, Dios hizo poderosos milagros, derrotando a los magos y dioses de Egipto, y llegando al clímax en ese gran evento que precedió a la liberación completa de Israel, y que fue conocido a todas las generaciones que siguieron después como la Pascua.
La Pascua—Un llamado al Éxodo
En Éxodo 12:1‐51, encontramos el registro de la última noche de esclavitud de Israel. Cada casa escogió un cordero sin defecto. Tal y como Yavé había instruido, mataron al cordero y aplicaron su sangre a los dinteles de las puertas de sus casas particulares. Después pasó el ángel esa misma noche y solo las casas que estaban marcadas con la sangre del cordero fueron pasadas de largo. Todos los demás sufrieron la pérdida de su primogénito. Después de preparar el cordero, cada familia recibió instrucciones de comerlo sin dejar nada. También recibieron instrucciones para comerlo deprisa, completamente vestidos, con sus callados en mano y con el calzado puesto.
“Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová.” (Éxodo 12:11)
La cena de la Pascua en sí es un llamado al éxodo—un llamado a salir y adorar. Cuando una persona nace de nuevo y se convierte en participante del cordero de Dios, tiene que estar preparada para viajar (Juan 3:8). Tenemos que comer ceñidos los lomos, el calzado puesto en nuestros pies, y nuestra vara en la mano, preparados a partir y dispuestos a seguir ese viento santo donde quiera que Él nos lleve.
Aunque pueda parecer impensable, la gente halla seguridad en la esclavitud. Considera digno de temor todo este concepto completo de éxodo. Durante cientos de años, Israel vivió en esclavitud, siendo golpeada por los señores de Egipto. Vivieron como esclavos y sus hijos fueron asesinados por sus opresores, pero no hay evidencia alguna hasta Moisés de que alguien tratara de escapar. Se necesita una fe como la de Abraham para abandonar la tiranía de lo familiar, con todo lo opresiva que ésta pueda ser, y ponerse a viajar hacia lo desconocido.
Un sonido de gran lamento se oyó en Egipto la noche que pasó el ángel, pero hubo paz en las moradas con sangre en los dinteles de las puertas. Dios llamó a un remanente de todo el pueblo de toda la tierra y ahora tenían que salir como distintivamente—real sacerdocio, nación santa.
“Este los sacó, habiendo hecho prodigios y señales en tierra de Egipto, y en el Mar Rojo, y en el desierto por cuarenta años.” (Hechos 7:36)
En este punto Esteban comienza revelar las razones que había detrás de su lección de historia. Hace una comparación sorprendente que no solo reveló el alcance del ministerio de Cristo, sino que definió la naturaleza de la iglesia.
“Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis” (Hechos 7:37)
“Yo edificaré mi iglesia” (Una comunidad en éxodo)
Aquí Esteban describe a la nación peregrina de Israel, peregrinando en el desierto, como la ekklesia en el desierto. Ekklesia es una palabra griega compuesta que consiste en ek “fuera de”, y klesis, “un llamado”, una asamblea llamada hacia fuera. Moisés dijo, “El Señor os levantará un profeta… como yo”, haciendo referencia a Jesús. ¿Se parecía Jesús a Moisés en apariencia o en función? Cristo fue como Moisés en que Él también dirigió un éxodo. Cristo dirigió a un pueblo, a un sacerdocio santo, a una nación santa, fuera de la esclavitud de este mundo y de la religión. Si Jesús es como Moisés, dirigiendo un gran éxodo, entonces la iglesia es como Israel, viajando hacia un país prometido—buscando una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios. En ese sentido, la verdadera iglesia sigue siendo la ekklesia en el desierto.
Jesús dirigió el gran éxodo de la religión (los odres viejos). Él dijo a Pedro, “… Yo edificaré Mi iglesia (ekklesia) y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”: Estas palabras fueron escogidas cuidadosamente para comunicar ese mismo pensamiento de éxodo. “Yo edificaré a mis llamados fuera…”. Ekklesia implica un reunirse‐‐una congregación—pero en su uso clásico no tenía connotaciones religiosas (lee Mateo 16:18). Una vez más Dios cumplió Sus propósitos mayores llamando a un pueblo a salir por causa de Su nombre. Dio a luz a una generación escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo escogido para mostrar las virtudes de Aquel que los llamó de la oscuridad a Su luz admirable. (Lee 1ª Pedro 2:9).
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