EL NUEVO ÉXODO Por Michael Clark, George Davis y Douglas Weaver
CAPÍTULO SIETE
LA SEÑAL DEL SEÑOR
También Isaías profetizó sobre Sión:
LA SEÑAL DEL SEÑOR
“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14)
Una señal apunta hacia un destino específico y es de valor solo en relación al destino. Por ejemplo, una señal de tráfico predice e indica el camino pero nunca viajamos simplemente para llegar a la siguiente señal. ¡En este caso, la señal del Señor indica el camino hacia el cumplimiento completo de Su propósito eterno en Cristo Jesús!
No estamos sugiriendo que Jesús fuera enviado meramente como una señal. ¡Él es el redentor, el Salvador del mundo! Aún así es cierto que los detalles de Su nacimiento y el nombre de Emmanuel nos dan señales proféticas que predicen eventos del fin de los tiempos. De la misma manera que Él cumplió toda la Escritura en Su primera venida, Su cuerpo también está destinado a cumplir profecías, y aunque a veces parecen solo aplicables a Él, también se cumplen en Su cuerpo, la ekklesia. Con esto en mente, consideremos cuidadosamente la señal del Señor tal y como la profetiza Isaías en el pasaje de arriba.
Considera las palabras, la virgen. En 2ª Reyes 19:21 leemos sobre “La Virgen, la hija de Sión…” El profeta Jeremías también profetizó sobre esta misma mujer, “Porque oí una voz como de mujer que está de parto, angustia como de primeriza; voz de la hija de Sión que lamenta y extiende sus manos, diciendo: ¡Ay ahora de mí! que mi alma desmaya a causa de los asesinos.” (Jeremías 4:31).
También Isaías profetizó sobre Sión:
“Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho Jehová” (Isaías 54:1).
Leyendo un poco más, hallamos una referencia a Dios como esposo en el versículo 5, y a Israel/Sión como la esposa en el versículo 6.
Sión era la virgen desposada con Dios.
“Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Jehová.” Óseas 2:19‐20).
Este ese el mismo lenguaje que Pablo usó para explicar el misterio respecto de la Iglesia y Cristo. Del mismo modo que Israel era la desposada de Dios, la Iglesia es la novia desposada de Cristo.
La palabra hebrea traducida como virgen en el pasaje de arriba tendría una traducción más correcta si fuera traducida como novia o alguien que está a punto de convertirse en esposa, una novia desposada. Ese es exactamente el caso de María, la sierva del Señor. Era una virgen, la desposada de José. María concibió milagrosamente y dio a luz a un Hijo que fue la plenitud de Dios en la tierra, Emmanuel—Dios con nosotros. Esta señal también apunta hacia un cumplimiento espiritual futuro. Otra novia dará a luz a un hijo, que vivirá en la plenitud de todo lo que implica el nombre Emmanuel.
En el capítulo doce de Apocalipsis, Dios reafirma la señal.
“Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento. También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.” (Apocalipsis 12:1‐5).
Leemos a cerca de dos señales en este pasaje. La primera señal es la señal de Isaías siete catorce, de la que se habla aquí en un cumplimiento futuro. Antes Juan había escuchado una voz como una trompeta, diciendo, “Sube acá y te mostraré las cosas que han de suceder después de esto.” (Apocalipsis 4:1).
Sabemos que las señales de Apocalipsis confirman la señal de Isaías y que apuntan proféticamente hacia eventos futuros. Los detalles de esta señal vista por Juan corresponden tan exactamente al nacimiento y a la vida de Cristo que muchos teólogos creen que la señal debe referirse al nacimiento físico de Cristo. Pero estas señales son una referencia a cosas que deben suceder después de esto, después del tiempo en que Juan escribió sobre ellas. La mujer y el hijo varón son una referencia clara a la esposa de Cristo al final de los tiempos y al nacimiento y la madurez del Cuerpo de Cristo en los últimos tiempos.
Haremos una declaración en este instante que puede ser malinterpretada al principio. ¡Tened un poco de paciencia! Del mismo modo que Jesús fue Emmanuel, Dios con nosotros, así es también el Cuerpo de Cristo. Pablo escribió de un misterio respecto del Cuerpo, “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. ” (1ª Corintios 12:12). Hemos usado la versión Derby en inglés porque en este ejemplo, es el más cercano al griego original. Fíjate en las palabras, “así también Cristo”. El Cristo de quien habla Pablo era el Cristo completo, Cabeza más cuerpo. Cristo es la Cabeza. Nosotros somos Su Cuerpo. Juntos hacemos al Cristo. El artículo determinado el, que no es incluido por la mayoría de las traducciones, es muy significativo. Una cosa es muy distinta de la cosa. La palabra el implica el artículo genuino, lo real, lo exclusivo y lo único en su especie. Del mismo modo que Cristo en Su cuerpo físico era Emmanuel, el mismo templo o morada de Dios, así también el Cuerpo de Cristo (Cabeza más cuerpo) es la continuación de este misterio, el templo en el que Dios mora sobre la tierra. ¡Emmanuel—Dios con nosotros!
Sabemos que el Cuerpo de Cristo hace también referencia al templo de Dios. Hageo profetizó, “Y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.” (Hageo 2:7‐9).
Habrá una manifestación del Cuerpo que excederá con creces a todo lo que haya ocurrido sobre la tierra anteriormente. Este Cuerpo de los últimos días mostrará la plenitud de la estatura de Cristo como un nuevo hombre que habrá alcanzado la madurez. Reinarán y gobernarán con Cristo. Serán tomados para Dios y para Su trono.
“Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Efesios 1:22‐23).
“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efesios 4:13)
“Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (Colosenses 1:19)
“Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9)
Estas escrituras muestran la intención de Dios de llenar todas las cosas con Su Hijo por medio del Cuerpo de Cristo. Satanás conoce esto y como cualquier otro adversario, se ha propuesto oponerse al avance de Su Reino.
Habrá un re‐nacimiento del Cuerpo de Cristo en los últimos tiempos. El objetivo principal de Satanás, el dragón escarlata, es el Cuerpo de Cristo, la expresión de Cristo en la tierra. Al crear el cuerpo falsificado, su objetivo era desplazar totalmente y dispersar al verdadero Cuerpo de Cristo. Ha habido verdaderos creyentes a lo largo de los años, pero la expresión completa en la que Cristo es visto en Su plenitud, fue desplazada bien temprano.
Ha habido individuos que brillaron con la gloria de Dios, como los hay hoy todavía, pero un miembro no hace a todo un cuerpo. A lo largo de la historia, siempre que una expresión completa de Cristo ha comenzado a emerger, en breve el dragón escarlata aparece para devorarla. Tolerará cualquier forma de religión pero no puede soportar el pensamiento de un cuerpo hecho de muchos miembros alcanzado su plenitud y expresando completamente la gloria del Hijo de Dios. Esta plenitud no puede ser expresada por medio de miembros individuales, no importa cuanto brillen, porque solo poseen una medida del don de Cristo. El foco de todas las energías de Satanás en el siglo primero era devorar al Cuerpo completo. Ese esfuerzo continúa hoy día. De la misma manera que Herodes intentó matar a Jesús de niño, así mismo el dragón quiere devorar al hijo varón desde Su comienzo, antes de alcanzar la plenitud de la estatura de Cristo. El medio más efectivo y probado de Satanás para compensar al cuerpo de Cristo es su sustituta, la religión.
Igual que Jesús es Emmanuel, Dios con nosotros, porque Dios reside en El, así también el Cuerpo de Cristo en el que Cristo mora ahora, y en el que será completamente manifiesto, es Emmanuel en la tierra. Este es el misterio del Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que llena todas las cosas. La existencia en el hombre de este Dios con nosotros es la gloria de Dios. Pablo enseñó ampliamente sobre esta gloria venidera que sería restaurada a los que moran en Cristo…
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Romanos 8:29,30)
Los que somos miembros de Su Cuerpo estamos predestinados a estar ahí. Fuimos predestinados a ser hechos perfectos en Su imagen como parte de Su cuerpo espiritual. Dios ha puesto en marcha un proceso desde la fundación del mundo, un proceso en el que somos predestinados, llamados, justificados y finalmente glorificados. Si Cristo ha de ser completamente glorificado, el Cuerpo en el que El vive también debe ser completamente glorificado.
Entonces, ¿Cómo hemos de ser glorificados en Su cuerpo? Pablo continúa en el siguiente capítulo de Romanos,
¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles? (Romanos 9:22‐24).
Nosotros existíamos de antemano como miembros espirituales en Su cuerpo celestial y conocíamos un cierto nivel de Su gloria, pero también estamos siendo preparados para una gloria mayor, gloria en su plenitud. De la misma forma que Cristo vino a esta tierra a aprender la obediencia por medio de los sufrimientos por los que pasó, nosotros también somos perfeccionados durante nuestro peregrinaje terrenal hacia una mayor gloria. Cristo fue glorificado en el cielo antes de que viniera, y el Padre tenía una gloria mayor esperándole por Su acto de obediencia. Considera este intercambio con Su Padre sobre Su inminente crucifixión.
“Está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. ” (Juan 12:27,28).
Glorificar al Padre por medio de Su obediencia perfecta fue también glorificar al Hijo. Lo mismo es cierto de Sus santos, los miembros de Su cuerpo. Poner nuestras vidas en obediencia es glorificar a Cristo. Glorificar a Cristo por nuestra obediencia hasta la muerte es compartir de la Gloria del Hijo Crucificado. Muchos que hoy día se llaman a sí mismos cristianos quieren el poder y la gloria sin tomar el sendero de la cruz que trae su plenitud a nuestras vidas. Consideremos la oración de Pablo en su carta a los Filipenses y hagámosla nuestra:
“… a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte.” (Filipenses 3:10).
Incluso aquellos que luchan por un premio terrenal saben que “sin dolor no hay ganancia”. La ciudad de Dios, la nueva Jerusalén, el Monte Sión, aún ha de ser adornado con Su gloria en Su venida.
“(Pablo y Bernabé) confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.” (Hechos 14:22).
“Y yo Juan vi. la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.” (Apocalipsis 21:2)
“Cosas gloriosas se han dicho de ti, Ciudad de Dios.” (Salmos 87:3)
Dios sabía de antemano que no podíamos ser perfeccionados sin un tiempo de prueba. Estamos aquí en esta tierra entre vasos de ira para aprender la paciencia de Dios mientras sufrimos en las manos de ellos. Compartimos los padecimientos de Cristo, nuestra Cabeza.
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.” (Romanos 8:16‐19).
Pablo escribió a la iglesia en Tesalónica,
“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de
nuestro Señor Jesucristo.” (2ª Tesalonicenses 2:13‐14)
Pablo habla aquí de ser escogidos “desde el principio para salvación por medio de la santificación por el Espíritu y fe en la verdad”: Este es el camino que tenemos que tomar para alcanzar la gloria de Cristo. Primero Dios nos escoge siendo aún pecadores para ser Sus hijos e hijas. Nos hace santos envolviéndonos en Cristo y dándonos el don del Espíritu de SU justicia. Nos da la fe del Cristo que nos habita para creer en Él. Finalmente, pone Su verdad que cambia la vida dentro de nosotros, conformándonos a la misma imagen de Su Hijo. Este es el proceso de Su gracia que obra en nosotros para que podamos alcanzar la gloria de Su Hijo como coherederos en el Amado. Es a por su novia gloriosa, la que no tiene ni mancha ni arruga, a por quien El viene, no a por una novia que no ha sido probada ni examinada.
CONTINUARÁ...
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