EL NUEVO ÉXODO Por Michael Clark, George Davis y Douglas Weaver

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO TRES



Las Sinagogas de los Hombres


En los tiempos de la primera iglesia, la sinagoga (griego sunagoge) era la representación más cercana a lo que hoy conocemos como iglesia. Sin embargo, solo se usa una vez en las Escrituras para la ekklesia. Este uso fue de Santiago, que escribió a los creyentes judíos que aún se congregaban en sinagogas o en reuniones parecidas a las de las sinagogas (lee Santiago 2:2). En cualquier caso, aún no habían salido del orden antiguo.

Aparentemente, los lectores a quienes iba dirigida la epístola eran judíos exclusivamente, puesto que es dirigida “a las doce tribus dispersas en el extranjero”. (Santiago 1:1). Santiago abordó el asunto de los juramentos (Santiago 5:12), que era parte de la tradición rabínica, indicando que estas congregaciones estaban aún intentado guardar las tradiciones de sus padres. La tradición de la sinagoga surgió del cautiverio babilónico, y cuando Jesús habló a los judíos sobre estos lugares de reunión, los llamó “vuestras sinagogas”, implicando que no eran de Su Padre. De hecho, Jesús advirtió a Sus discípulos que serían probados y golpeados en estos edificios. (Lee Mateo 23:34). Como podemos ver en la historia del éxodo judío, una cosa era sacar al pueblo de Egipto y otra enteramente distinta, sacar a Egipto del pueblo de Dios. Las tradiciones son muy difíciles de erradicar.

Jesús no tenía intención de incorporar el orden antiguo a este nuevo llamar fuera. No había venido a poner Su nuevo vino en los odres viejos, ni tampoco vino diciendo que el viejo vino fuera mejor (Lucas 5:39). La ekklesia que Cristo edifica nunca puede ser contenida en los viejos odres del Judaísmo.

Jacques Ellul escribió:

“No hay en la iglesia asociación según la fórmula corriente por la que una institución sociológica pueda ser también el cuerpo de Cristo, ni que el cuerpo de Cristo pueda ser sujeto por la fuerza a formas sociológicas. Una vez que la iglesia se organiza y se clericaliza, es intrínsecamente una trasgresión del orden de Dios.”

Los traductores de la Septuaginta, el Antiguo Testamento griego, usaron la palabra ekklesia como el equivalente del hebreo qahal. Qahal se usaba en el Antiguo Testamento para referirse a la congregación o comunidad de Israel. Ekklesia o iglesia nunca deberían verse como una entidad institucional, sino como una comunidad peregrina creciente, una comunidad de peregrinos.

La palabra griega Sunagoge denota un acercamiento, y en el contexto del siglo primero, se habría percibido como un llamado hacia un edificio consagrado. En ninguna parte en las Escrituras podemos hallar evidencias de que Dios estableciera a la sinagoga como tal. Las sinagogas fueron fundadas primeramente en Babilonia durante el exilio. Fueron la creación de hombres religiosos, y los líderes de la sinagoga se enseñoreaban sobre el pueblo que ahí se congregaba. No es sorprendente que la característica dominante de la sinagoga fuera precisamente lo mismo que Jesús prohíbe en la ekklesía, jerarquía opresiva de arriba hacia abajo (Mateo 20:25‐28, Lucas 22:25‐26, Mateo 23:10‐12).

Dos veces se usa la palabra griega para sinagoga en el libro de Apocalipsis en conexión con Satanás, “… la sinagoga de Satanás”. (lee Apocalipsis 2:9; 3:9). Cristo no vino a edificar una institución parecida a una sinagoga, que consagraba edificios, tronos y Jefes supremos, sino a sacar a un pueblo de esa vieja mentalidad religiosa hacia un cuerpo vivo que se relaciona con Él mismo como la única Cabeza. De la misma manera que Moisés fue ungido para sacar a un pueblo de la esclavitud, así mismo el Espíritu del Señor estuvo sobre Jesús sin medida.  Porque Dios le ungió para “predicar el evangelio a los pobres, a sanar a los quebrantados de corazón, a predicar libertad a los cautivos, vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos…” (Lee Lucas 4:18).

¿Vino Jesús a liberar a Israel de la ocupación romana? Tuvo muchas oportunidades de enfrentarlos al hablar con centuriones romanos y otros tantos. Y sin embargo, no podemos encontrar ni una sola ocasión en la que Cristo criticara al Imperio Romano.

¿Quiénes eran los captores del pueblo a quien Jesús vino a liberar? Los únicos agenteshumanos que encajan en esa descripción eran los gobernadores religiosos de ese tiempo.

Jesús si criticó a los líderes religiosos en cada ocasión, llamándoles serpientes, generación de víboras, sepulcros blanqueados, etc. Los gobernadores religiosos fueron los verdaderos captores de pueblo de Dios. Fueron los señores de su día, no Roma. Eran los que ponían “cargas pesadas y difíciles de llevar,…sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo querían moverlas.”(Mateo 23:4). Habían esclavizado al pueblo por sus tradiciones y cerrado el reino de los cielos a los hombres (Mateo 23:13). Jesús fue ungido para liberar a Israel de la tiranía de sus líderes religiosos y sigue haciendo lo mismo hoy día.

Esteban continúa:

“… al cual nuestros padres no quisieron obedecer, sino que le desecharon, y en sus corazones se volvieron a Egipto, cuando dijeron a Aarón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. ) ” (Hechos 7:39‐40)

Sin duda, la religión es la forma más sutil de idolatría. Sus templos y santuarios, sus ritos y rituales, sus decoraciones y las vestiduras sacerdotales—que se dice que existen solo para la gloria de Dios—se convierten en objetos venerados que ocupan su lugar en los corazones de los hombres. Estos son los ídolos de hoy, las obras de las manos de los hombres, que tientan al peregrino a poner al viaje en una situación comprometida y a mirar atrás. Esto debería darte un mejor entendimiento de la advertencia de Jesús, “recordad a la esposa de Lot”.

Esteban continúa:

“Entonces hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y en las obras de sus manos se regocijaron. Y Dios se apartó, y los entregó a que rindiesen culto al ejército del cielo; como está escrito en el libro de los profetas: ¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios en el desierto por cuarenta años, casa de Israel? Antes bien llevasteis el tabernáculo de Moloc, Y la estrella de vuestro dios Renfán, figuras que os hicisteis para adorarlas. Os transportaré, pues, más allá de Babilonia.” (Hechos 7:41‐43)

La adoración de Moloc era la adoración del sol. En el mundo antiguo, los objetos de adoración se escogían mediante un criterio simple. Adoraban lo que veían como fuente de vida y el sol era su principal objeto de adoración. 

Durante 430 años Israel vivió en medio de una nación idólatra. Nunca había visto otra cosa. Ahora, en medio de un tiempo de prueba, se volvieron a los caminos de Egipto. Nada había cambiado realmente excepto su localización. Hasta ese tiempo, Israel solo había conocido las obras de Dios. Vieron sus poderosas obras en Egipto, pero poco sabían de su naturaleza y propósitos. Se necesitaba otro testigo para mostrarles la diferencia entre lo profano y lo santo, y para enseñarles fidelidad al ÚNICO Dios verdadero.

La luz que necesitaban estaba al otro lado de la gruesa nube de oscuridad, donde Dios declaró Su nombre a Moisés. A pesar de todo lo oculto que pudiera haber estado, el Tabernáculo del Testimonio servía de lugar para que Dios morara entre Su pueblo, porque originalmente Él los había llamado a TODOS a ser sus sacerdotes.

“Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.” (Éxodo 19:4‐6)

Por causa de la rebelión del pueblo, el arca de Su presencia fue velada al pueblo dentro del tabernáculo o tienda de reunión. El patrón de esa tienda hablaba de un día en el que a rostro descubierto, veríamos Su gloria—un día en el que Dios moraría abiertamente entre Su pueblo como siempre había sido Su deseo. Cada detalle del tabernáculo hablaba de Cristo, que más tarde vendría como Emanuel, Dios con nosotros . Su cuerpo fue tratado como el templo de su cuerpo (Juan 2:21), y su carne, como el velo. “por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne.” (Hebreos 10:20).

Esteban continúa:

“Tuvieron nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como había ordenado Dios cuando dijo a Moisés que lo hiciese conforme al modelo que había visto. El cual, recibido a su vez por nuestros padres, lo introdujeron con Josué al tomar posesión de la tierra de los gentiles, a los cuales Dios arrojó de la presencia de nuestros padres, hasta los días de David. Este halló gracia delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, Y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas? (Hechos 7:44‐50).

En este punto casi puede verse al alto consejo judío fuera de sí. Dios había abandonado lo que antaño había santificado por Su presencia. Su presencia ya no está en medio de hombres rebeldes en templos hechos de manos, sino que se encuentra en las piedras vivas de un nuevo tabernáculo duradero, el cuerpo de Cristo. Aunque antaño moró en una tienda terrenal y luego en el templo, ya no. La obra consumada de Cristo lo cambió todo. Lo perfecto desplazó a lo imperfecto, como dice 1ª Corintios 13:10, “mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará”.

Hasta el mismo Salomón sabía que el hombre no podía edificar una casa a Dios cuando dijo, “Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?” (1ª Reyes 8:27). Sabía que sus mejores intentos eran imperfectos.

El autor de Hebreos escribía sobre el Nuevo Pacto,

“Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer. (Hebreos 8:13)

Vemos un hilo común de éxodo en estas escrituras—un llamado a dejar lo viejo e imperfecto que se está desvaneciendo, y a abrazar lo nuevo.

George Fox explica el efecto transformador de esta revelación en él mismo:

“En un tiempo, tenía claro que Dios, que hizo el mundo, no moraba en templos hechos de manos. Esto, en un principio, parecía una palabra extraña porque tanto los sacerdotes como la gente solían llamar a sus templos o iglesias, lugares aterradores, y tierra santa, templos de Dios. Pero el Señor me mostró de forma que vi con total claridad, que Él no moraba en estos templos que los hombres habían ordenado y levantado, sino en los corazones de los hombres; porque tanto Esteban como el apóstol Pablo dieron testimonio de que Él no moraba en templos hechos de manos, que ni siquiera Él mismo había mandado construir, puesto que les había puesto un fin; sino que Su pueblo era Su templo, y que Él moraba en ellos.”

Si el sacrificio de una vez para siempre de Jesús dejaba obsoleto todo el sistema del Antiguo Testamento con su templo, sacerdocio, altares, mobiliario, vestimentas y sacrificios, ¿por qué el residuo de todo ello sigue siendo evidente en la cristiandad hoy día? El hombre ha hecho todo lo que ha podido para preservar este pedazo de antigüedad clásica, preservándolo como si fuera un preciado recuerdo de familia. Algunos incluso están dispuestos a matar para preservarlo.

Como Pedro sobre el Monte de la transfiguración, quieren encerrar el momento comenzando un programa de construcción. “Maestro, bueno es que estemos aquí; hagamos tres tabernáculos, uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías.” Las palabras de Pedro no fueron meditadas. No sabía lo que decía. Al Padre no le impresionaba nada inmortalizar el momento. Él siempre ha tenido un deseo y un modelo para nosotros. “Este es mi Hijo amado, ¡A Él oíd! (Lee Lucas 9:32‐36).

Las estructuras que se construyen para albergar las obras de Dios, se construyen sobre un fundamento distinto del de Jesucristo (1 ªCor. 3:11). Construir es todo lo contrario a seguir a Dios en obediencia. Jesús intentó que Nicodemo comprendiera esto cuando le dijo: “el viento sopla de donde quiere y oyes su sonido pero no sabes ni de donde viene ni a donde va. Así es todo aquel que es nacido del Espíritu”. (Juan 3:8).

Era el espíritu de la antítesis o del anticristo (en lugar de Cristo) al que Esteban iba a mencionar ahora:

“¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores.” (Hechos 7:51‐52)

Aquí Esteban confronta la causa raíz que hay detrás del rechazo del hombre a seguir avanzando con Dios. En Cristo había un éxodo del templo completo, del edificio del santuario, de la mentalidad de jerarquía. Los que verdaderamente siguen al Señor, no deberían preocuparse con estas cosas. Como Abraham, son peregrinos, no edificadores de reinos ni levantadores de torres religiosas. El rasgar del velo de arriba abajo estando Jesús colgado de la cruz, marcaría el fin de tales lugares santos. Este fue el comienzo de una nueva era, en la que los creyentes mismos son el lugar de la morada de Dios, el templo del Espíritu Santo. Consecuentemente, Él ya no mora ni es adorado en templos hechos de manos, ni lo ha sido durante los últimos 2000 años.

Isaías profetizó de un tiempo en el que Dios no sería confinado a Jerusalén ni al Monte Gerizim, sino de un tiempo en el que Su presencia gloriosa santificaría todos los lugares. Un tiempo en el que la tierra “sería llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.” (Isaías 11:9).

Donde Jesús reina en los corazones de los verdaderos creyentes, ahí existe el reino de Dios, pero todavía esperamos el día de la restauración de todas las cosas.

“El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).

Llegando a la ciudad de Samaria, el lugar del pozo de Jacob, Jesús se sentó en el pozo para descansar. Una mujer de Samaria se acercó para sacar agua. Durante su conversación la mujer percibió que Jesús era un profeta. Parecía el momento ideal para zanjar un asunto que había estado mucho tiempo en el corazón de ella.

“Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Juan 4:20).

Jesús contestó:

“Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:21‐24)

El plan de Dios desde el principio era que Su conocimiento y Su gloria llenaran toda la tierra, NO algún lugar santísimo en lo alto de un monte o en alguna ciudad santa. Su conocimiento y su gloria ya no están más confinados a lugares santos específicos. La salvación viene de los judíos y Jerusalén fue el lugar de la gloria de Dios durante un tiempo, pero Jesús vio un tiempo en el que todo eso cambiaría. Vio que Dios estaba dejando el Lugar Santísimo en el santuario terrenal e invitó al hombre a venir a Su presencia en el santuario celestial en espíritu y en verdad. El templo que anteriormente había contenido la gloria de Dios estaba obsoleto. El arca de Su presencia nunca había visto el interior del templo de Herodes. Se había perdido durante cientos de años. El Lugar Santísimo estaba vacío. Jesús sabía que el Padre ya no sería más adorado en templos hechos de manos de hombres, sino que sería adorado en consecuencia con Su propio ser. Su templo está hecho de piedras vivas por su Espíritu.

La adoración del templo ha sido desechada por Dios. No debemos ser como los ancianos de Israel, que encontraron su medio de vida en el sistema que Dios había abandonado. ¿Tenemos pasión por Su gloria, o ambición por la nuestra propia—promocionando mi ministerio, mis dones, mi iglesia? En realidad es un asunto del corazón. De la misma manera que el pueblo del antiguo Babel intentó hacer un nombre para si mismo en sus ambiciosos programas de construcción, igualmente hoy día los hombres ponen nombre a sus ministerios según el nombre de ellos mismos.

¿Dónde están nuestros tesoros? Si tratamos de mantener nuestros intereses cuando el Espíritu nos llama la atención, nos endureceremos y Le resistiremos como hicieron los escribas y fariseos. No estaban dispuestos a dejar que Jesús, Esteban o Pablo o incluso un ángel, les cortaran su control. Habían invertido demasiado en el templo. Era su base de poder. SI la gloria de Dios es lo que nos motiva, cuando Él diga salid, nosotros avanzaremos.

El objetivo de Esteban era revelar un fracaso ancestral. Israel resistió al Espíritu Santo a cada paso del viaje. El nuevo ídolo ahora adorado no era Moloc ni un becerro de oro, sino un templo construido por un rey traicionero. Era una orgullosa tradición familiar; sus padres en el desierto también se habían gloriado en las obras de sus manos. Esteban colocó la devoción del consejo al templo al mismo nivel que la adoración a Moloc. No conocieron el tiempo de su visitación. Dejaron de seguir a la nube. Tenían que vivir como habían vivido sus ancestros, como peregrinos—buscando esa perfecta ciudad cuyo Arquitecto y Creador es Dios. Muchos creyentes hoy día también fracasan en ver que la ekklesia de Cristo, igual que la ekklesia en el desierto, siempre está en éxodo—siempre avanzando hacia una restauración completa.

Hoy día la iglesia solo es peregrina de nombre. Yo (George), me crucé con un artículo en Internet titulado “Iglesia peregrina se prepara para avanzar otra vez”. Por curiosidad, leí un poco más para descubrir que el mover consistía en la venta de un edificio y la mudanza a otro a 18 millas al este. Este es el alcance del peregrinaje del cristiano medio hoy día. Habiendo abandonado el viejo orden, simplemente lo mueven de un monte a otro. ¿Dónde están los peregrinos?

Volvamos a la Epístola a los Hebreos y observemos el ejemplo de la gran nube de testigos. Junto con Abel, estos testigos caminaron por fe como peregrinos y extranjeros. Su ejemplo es usado para definir la misma fe.

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